Madame Claude – Comida y sexo

Editado Para La Historia

¿Quién dice que mirar la televisión es contrario al enriquecimiento cultural? En lo que a mí respecta, mi madre me sentó delante de un televisor cuando tenía 9 meses y todavía estoy sentado delante del televisor. Claro, no hay que ver cualquier cosa. Me gustan las películas históricas, los programas de arte, documentales sobre eventos pasados y entrevistas a personajes. Me gustan mucho también los comentaristas políticos, porque la política de hoy es la historia de mañana. Creo que así sí se puede compaginar enriquecimiento cultural y televisión.

Al personaje del que quiero hablar hoy lo conocí precisamente en una entrevista de televisión. Fue la más famosa proxeneta del siglo XX en Francia. Ella detestaba la palabra proxeneta, decía “esa es una palabra muy fea”. Estoy hablando de Fernande Grudet, más conocida por todos como Madame Claude. Todo lo que venga de la boca de Madame Claude, que falleció en Niza en 2015 a la edad de 92 años, debe ser tomado con distancia y precaución. Esta señora mentía como respiraba. Hay que tomar en consideración que, con la fama que tenía, que se había creado y que tenía que mantener, ensalzar, disminuir o maquillar ciertos eventos de su vida, lo más natural del mundo para ella era mentir.

Fernande, o Madame Claude, se inventó una familia burguesa de holgados medios, una muy estricta educación en escuelas de monjas para señoritas, que había luchado en la resistencia contra el ocupante francés, un amante guerrillero atrapado y enviado a los campos de concentración alemanes y un sinfín de muchas otras patrañas. La realidad es más prosaica. Era hija de un tendero de la ciudad de Angers, en el centro de Francia, que para redondear el mes se veía en la necesidad de vender sándwiches a la puerta de la estación de trenes de la ciudad. Su padre falleció en el año 1941 a consecuencia de un cáncer. Solo quedaba ella, su madre, su hermana y pronto una hija sin padre conocido. Más adelante afirmaría que no le quedaba ninguna familia en este mundo. Solo al final de su vida volvió a hablar de madre e hija.

Al terminarse la guerra, con una situación económica en total desastre en Francia, entendió que solo funcionaban dos cosas en ese momento: la comida y el sexo. Como no sabía cocinar, se dio cuenta de que el camino iba por la segunda opción. Fue aceptada dentro de la red de una amiga que pronto dejó el oficio para casarse. Tuvo la suerte de que le dejó la pequeña empresa en funcionamiento. Muy pronto se dio cuenta de que no solo tenía que trabajar ella, sino que tenía que poner a trabajar a otras chicas y administrar su trabajo. En un primer momento pensó que debía contratar chicas muy hermosas, pero esas no se encuentran con facilidad. A partir de los finales de los años 1950 contrataba las chicas en las que la belleza no era lo más importante para Madame Claude.

Para ella lo más importante era tener buena educación, buena prestancia, saber moverse en el mundo. Una vez que la chica entraba a formar parte de su red invertía en ella. Ropa de altos modistos, rehacer nariz, mentón, ojos, dientes, senos… todo lo necesario para suplir lo que no había dado la naturaleza. Evidentemente clases de buenos modales, de saberse comportar a la mesa, idiomas, historia y política formaban parte de la educación. Mientras tanto, ninguna de las chicas trabajaba. Cuando consideraba que las chicas estaban listas para salir al ruedo un muy selecto y reducido grupo de amigos tenían el privilegio de “probar la mercancía”, según sus propias palabras. Forma de también aleccionar a la chica en caso de eventuales deficiencias. A partir de ese momento sus clientes (otra palabra que Madame Claude detestaba, ella prefería la palabra “chicos”) de los más encumbrados niveles económicos, políticos y sociales, eran los afortunados en poder pagar por la compañía de una de las pupilas de Madame Claude, porque Madame Claude no consideraba que “vendía sexo”, ella consideraba que “alquilaba tiempo”.

En una ocasión, en la década de 1970, un periódico escribió más o menos con esta palabra «Si en el ascensor del Hotel Plaza Athénée (uno de los más elegantes y selectos de París) usted se encuentra con una preciosa y sofisticada mujer, perfectamente vestida y maquillada, que lo mira por encima del hombro como si usted fuera menos que orine de gato no se equivoca, usted está delante de una de las pupilas de Madame Claude”. Se comenta, cosa que ella nunca desmintió quizás con la intención de alimentar su aureola, que entre sus “chicos” hubo presidentes, príncipes, reyes, grandes ejecutivos de la industria europea y grandes actores. Se habla de Marlon Brando, John Kennedy, el Príncipe Carlos

Otra palabra que estaba prohibido pronunciar en su círculo era aquella de cuatro letras que califica la más vieja profesión de la humanidad. En su círculo se decía “chicas”. Se decía que para ella trabajaban cientos de “chicas”, aunque todo parece indicar que en ningún momento excedieron las 20 o 25 al mismo tiempo. Ello sin contar con las ocasionales, señoras casadas, pretendientes a actrices o modelos y que utilizaban este recurso por dinero. En el camino, Madame Claude se quedaba con el 30% de lo que el “chico” pagaba. El 70% era íntegro para la “chica”. Se comentaba que, gracias a todos sus contactos, tenía acceso a los más altos niveles de la política francesa que le permitían ejercer su profesión.

También se comentaba el hecho de que, como el gobierno francés contrataba a las “chicas” para agasajar a dignatarios extranjeros, trabajaba para la seguridad francesa pasándole información. Madame Claude dejó de trabajar personalmente cuando tenía 40 años. A partir de ese momento nunca más conoció a varón, hablando en el sentido bíblico de la palabra. No despreciaba a los hombres, sabía convertirse en la confidenta de sus más profundas e impronunciables fantasías sexuales. Todo funcionaba a través de un teléfono y un tarjetero. En uno de sus libros en el que habla de su vida, explicaba que se buscó las furias del Prefecto de Policía de París cuando llegó fuera de hora al apartamento que le había montado a su “chica” en la suntuosa avenida Georges V. Para su gran disgusto, se la encontró en la cama con una de las coristas del Crazy Horse. Jamás sabremos si es otra de las numerosas mentiras de las que se supo rodear Madame Claude.

Lo cierto es que esta mujer, ante la vista y paciencia de toda Francia, pudo mantener su impresionante negocio durante 20 años. De la noche a la mañana vio amenazado su imperio. Como fue el caso de Al Capone, la forma en la que se le pudo pescar fue a través de los impuestos. El fisco francés le reclamaba todo el dinero que se decía había ganado con ese 30% que conservaba en su papel de intermediaria. Cosa inverosímil porque, ¿cómo se podía pagar impuestos por una profesión que no es autorizada por la ley? ¡Autorización no, cobranza de impuestos sí!

Para escapar de los más de un millón y medio actuales de euros que le reclamaba el fisco, se casó con un ciudadano suizo y, una vez con el pasaporte de ese país en sus manos, viajó a Hollywood donde montó primero una repostería que quebró. Luego montó un restaurante. Fue delatada por alguien en los Estados Unidos. Fue expulsada de vuelta a Francia, donde se le condenó a 10 meses de prisión. Al salir trató de restablecer su negocio, pero ya estaba en la mira. Pronto fue enjuiciada nuevamente y encarcelada por segunda vez. Al final de su espléndida vida aquella mujer, que se había deleitado con los néctares de los más elevados niveles, se veía en la miseria. Lograba subsistir gracias a la caridad de algunos de sus antiguos “chicos”, aunque cada vez menos, por el hecho de que iban envejeciendo y muriendo.

La vida de Madame Claude ha sido retomada por la literatura y por el cine haciéndose eco de esta lúgubre y espectacular historia. Unos la vituperan y otros la ensalzan como una feminista antes de hora. Lo cierto es que, para la mayoría de sus pupilas, Madame Claude fue como una madre. A todas las casó bien casadas y las que con posterioridad a su muerte han osado mostrar su rostro para hablar del tema, la recuerdan con mucho cariño. Ninguna de ellas en ningún momento se sintió explotada por Madame Claude, la reina del placer carnal parisino.

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