A las puertas de un nuevo proceso electoral

Antropos

Los políticos, gobernantes y politiqueros, afilan sus armas para entrar a todo vapor, al nuevo proceso electoral. Están llenando sus alforjas de promesas y engaños, acompañados de bolsitas de víveres, gorras, camisetas, para atraer con almuerzos a sus posibles electores empobrecidos. Obvio, no hay nada en la que se articule la política con la ética, o bien una estatura de moral pública, ni propuestas concretas y viables para encaminar al país hacia una vida buena. Por ello, es importante tomar en cuenta que la ciudadanía harta de tantas boberías y discursos vacíos de contenido, le toca asumir la actitud de la indignación.

Sí, indignados, esa es la palabra justa de quienes alcanzan un nivel de conciencia respecto a un país como el nuestro, en el que la mayoría sufre de pobreza. A su vez,  por naturaleza indignados, los que llevan la pobreza a cuestas.

Ciertamente la ciudadanía hoy se siente indignada por los actos de corrupción del gobierno de la nación. Les duele la existencia de un sistema de justicia injusto. Rechazan a los congresistas que legislan para sus intereses, así como a los perniciosos alcaldes. Todo esto y muchas cosas más, acrecientan el nivel de conciencia de los ciudadanos y ciudadanas. De los adultos y los jóvenes. De las capas medias, los maestros, campesinos, obreros y pequeños comerciantes y empresarios. Indigna a los desposeídos percatarse de una extremada realidad brutal en contra de la dignidad humana.

La indignación es ese salto de la conciencia, cuando ésta alcanza la autoconciencia individual y colectiva. Y ese sentido de reflexión abre las puertas para que en una sociedad en donde al menos priva con debilidad la llamada “democracia política” como forma de elección popular, nos conduce a manifestar nuestro descontento y desgano por la forma descarada de cómo se roban los dineros ajenos.

Hoy también habrá que juzgar históricamente las diferentes formas corruptas de los gobiernos anteriores. Registrar en las cuentas y bienes materiales de las personas que nos han gobernado para darnos cuenta de cómo, no sólo hicieron crecer sus riquezas, sino surgieron como nuevos ricos en esta sociedad en la que los adinerados han surgido por diferentes formas de expoliar a la sociedad y sus recursos naturales.

 Lamentablemente vivimos en un mundo injusto y con sus extremos de miseria. Caminamos en medio de los grandes desposeídos. Los que sufren vejaciones. Los que carecen de alimentos y de oportunidades para desarrollar su inteligencia. Vivimos en una sociedad en donde priva la enfermedad y la injusticia. Nada más necesitamos abrir bien los ojos cuando se camina por las calles y avenidas de la ciudad capital, para ver la muestra del drama humano en cada esquina. En cada paso que se da. Por ahí vemos un niño vestido con andrajos, por allá un mendigo cubierto de mugre o mujeres adolescentes cargando en sus brazos a sus hijos escuálidos. Y no falta el anciano que lleva en sus arrugas el tiempo de la humillación o los jóvenes drogándose para escapar de un mundo que ya no les dio ninguna oportunidad para vivir con dignidad.

Sí, indignados los que  sienten en su alma esta miseria humana. También indignados por los que se roban la alegría de las personas que tienen el derecho de vivir con dignidad y por sus manos mugrosas corren los billetes que han logrado escabullir de las arcas nacionales o quienes expolian a los trabajadores con salarios insuficientes.  Los guatemaltecos tenemos muchas razones para estar indignados. Falta la propuesta que nos permita caminar en la construcción de una mejor sociedad. Ofrecer no sólo discursos y gritos, sino  acciones concretas viables por realizar.  

Es deplorable la existencia de partidos políticos y posibles candidatos, de los que poco se puede esperar, a no ser que sigan como los funcionarios actuales, embolsándose los dineros ajenos y no tengan ningún empacho en la compra de carros lujosos, guardaespaldas, ropas caras sin gusto alguno, casas grandes mal hechas, que reflejan la miniatura moral de los que las habitan.

Mientras tanto, al pueblo lo tienen adormecido y engañado con promesas y más promesas. Estos sectores empobrecidos están preocupados día a día, en la búsqueda de lo que logren conseguir, para sobrevivir en una sociedad injusta con un Estado cínicamente corrupto hasta más no poder. No tienen aliento para protestar y levantar su voz por alternativas democráticas, justas e incluyentes. Por otro lado, las capas medias alienadas, que por cierto son cada vez más escasas, están a la orden de las instituciones o patrones percibiendo salarios que los llevan, por imitación, a una conducta consumista.

No pierdo la esperanza, que toda esta injusticia disminuirá cuando crezca la indignación, porque, dice el dicho popular, tanto va el cántaro al río que al fin se rompe.

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