Arévalo – El Siglo

Teorema

Peco de pedante al considerarme ciudadano razonablemente bien informado de los acontecimientos políticos y económicos en nuestro país. Si me pidieran ubicarme dentro de un listado de toda la nación, creo estar dentro del 1% mejor informado (unas 200 mil personas). Por eso me sorprendió no haber escuchado nunca hablar del señor Bernardo Arévalo, quien debió formar parte de esa masa gris, amorfa que después de tres años forman más de cien “representantes” que asumieron el 14 de enero de 2020.

Para mí, los diputados más visibles del Partido Semilla fueron Samuel Pérez Álvarez y Lucrecia Hernández Mack. Los demás siguen siendo hoy tan desconocidos como al momento de asumir. Entre esa masa gris de legisladores que no figuran en las noticias, que los periodistas no consultan, que la TV no invita a sus noticieros para explicar lo que sucede, estaba don Bernardo, quien solo destacaba por su estatura.

El 2 de mayo de este año, Prensa Libre publicó su primera encuesta de intención de voto presidencial. La investigación fue hecha por la firma “ProDatos” que, a mi juicio, merece credibilidad y confianza. La encuesta ofreció un resultado sorprendente: Carlos Pineda ocupó el primer lugar de las preferencias. Entre quienes viven de la política, este resultado causó alarma y terror. La reacción llegó solo una semana después (9 de mayo). El expresidiario Manuel Baldizón formuló 6 cargos, quizá espurios, contra el candidato puntero. El TSE, como una locomotora, entró en apoyo a Baldizón. Tardíamente halló una falla en su inscripción. Antes de un mes, el 26 de mayo, Pineda ya estaba fuera de la contienda.

En el otro extremo de la misma encuesta, la posición 16 mostraba a Julio Talamonti de Unión Republicana con sólo 1.2% de la intención de voto. Después de Talamonti, una categoría titulada “Otros”, incluía a Rudio Lexan Mérida del partido Humanista; Hugo Peña de Elefante; Rafael Espada de Republicano y Julio César Rivera Clavería de Mi familia, todos con cerca de 1% y citados en ese orden. Más abajo, en la posición 21 estaba Álvaro Trujillo Baldizón de Cambio con 0.7%; y aún por debajo suyo, en la posición 22 ocupando el penúltimo lugar Bernardo Arévalo de Semilla también con 0.7%. Este sólo conseguía superar a Luis Lam del PIN quien, retirado prematuramente, figuraba con 0%.

Me sorprendió ver en posiciones tan bajas a Peña, Espada y Rivera Clavería. Conocía personalmente a algunos candidatos y de otros tenía referencias. Había leído algo de su perfil o comentarios sobre ellos. Pero de ese señor con mirada perdida, de apellido Arévalo no sabía absolutamente nada. Confieso haber decidido que no valía la pena indagar sobre él. Una encuesta de CID Gallup publicada a fines de mayo lo mantenía dentro del ominoso grupo “Otros” cuando solo faltaban cuatro semanas para la elección. Pensé que el pelotón de rezagados solo podía cambiar posiciones entre ellos.

Mi sorpresa fue en mayúscula cuando el 25 de junio, desde el mismo inicio del recuento de votos observé, incrédulo, que quien menos de un mes antes estaba en último lugar (Lam solo figuraba de nombre) había pasado a la segunda posición. Shakespeare, escribió en Hamlet: Algo huele mal en Dinamarca. Sobre ese olor no tengo nada nuevo que agregar.

Después de la elección, el anonimato tan celosamente guardado por Bernardo Arévalo quedó destruido. Pasó a ser el centro de la política nacional, su foto estaba en todas partes y las entrevistas abundaban. Pero todavía tenía una sorpresa para mí. Cuando supe que el señor de la mirada perdida era hijo del expresidente Juan José Arévalo Bermejo (1945 – 1950) quedé anonadado. Arévalo utilizó a su padre para promocionarse. Un recurso legítimo, aunque un tanto controversial.

Del gobierno de su padre se recuerdan logros sociales que perduran, como la creación del IGSS, el Código de Trabajo y la autonomía de la USAC. Las antípodas de su mandato sucedieron cuando su gobierno autorizó al de Estados Unidos para inocular, entre 1946 y 1948, siguiendo los pasos de Josef Mengele, a soldados, reos y pacientes psiquiátricos con enfermedades venéreas como sífilis y gonorrea, entre otras. Lo hicieron sin que las víctimas lo supieran, no lo consintieron, ni aprobaron. En ese vergonzoso proyecto participaron médicos de EU y algunos nacionales que trabajaban para el gobierno. En otro escenario, esta vez sangriento, el presidente Arévalo también resultó involucrado, junto al coronel Árbenz en el execrable asesinato del coronel Francisco J. Arana, acontecido en julio de 1949.

Me sorprende que algunos periodistas de opinión, a quienes leo con frecuencia, personas de larga trayectoria, inteligentes y de colmillo afilado por más de 30 años de estar analizado temas políticos, llamen “pacíficas” a las manifestaciones inicialmente convocadas por Arévalo que incluyen bloqueos. Los periodistas saben que los manifestantes buscan intimidar, causar el miedo necesario para disuadir a quien se oponga a la espera que imponen. También saben que muchos de ellos lo hacen bajo coacción. Entienden que los comercios cierran para evitar represalias y actos de agresión o de pillaje en contra suya. Son pequeños empresarios trabajadores, honrados y dignos, familias enteras que incluso trabajan los domingos.

Los analistas saben que la gran mayoría de revoltosos lo hacen bajo consigna. Qué ignoran el fundamento, la razón de ser, las funciones que desempeñan y el procedimiento seguido para ocupar los cargos. Saben también que los “48 cantones” carecen de autoridad legítima para exigir esas destituciones y que la legislación en vigor regula el derecho de petición dentro del Estado de Derecho.

Los comunicadores expresan confianza en que, al gobernar, el señor Arévalo desarrollará una lucha frontal, implacable y atroz en contra de la corrupción. Tal como todos deseamos. ¿De dónde surge tal confianza? ¿Acaso ven en sus ojos la mirada fija, determinada del halcón presto a caer sobre su presa? ¿Hay, al menos un antecedente en la historia personal de Arévalo que permita esperar que vaya a combatir, realmente, al narcotráfico, al crimen organizado, a las maras…?

¿En qué se basan para afirmar que no habrá corrupción? Se entiende que en la corrupción participa, necesariamente, en forma directa o no, un funcionario público. ¿Puede Arévalo asegurar que su gobierno será de funcionarios probos y que todos (unos 400 mil) los que heredará de gobiernos anteriores se van a convertir iluminados por su luz? Hay una red interna, subterránea, invisible… que une las dependencias del Estado. Ríos Montt la conoció cuando un 15 de agosto despidió a varios funcionarios corruptos. Un mes después, “La Red” los había insertado de nuevo. Si a Ríos le jugaron la vuelta, a Arévalo lo van a bailotear. Además, están sus seguidores y los 15 mil partidarios de Semilla, ahora milagrosamente multiplicados. Ellos podrían tener hambre, mucha hambre.

Guatemala tiene, como tradición maldita, un historial de corrupción en prácticamente todos sus gobiernos. Si no fue el mismo mandatario, lo fueron sus funcionarios, parientes cercanos, financistas o amigos. Todos lo sabemos, y conocemos los nombres de algunos de ellos, en los once gobiernos de esta Constitución. Entonces ¿cómo cuál es el fundamento para una excepción?

Arévalo ha conseguido crear una imagen de anticorrupción ¿Cómo lo ha logrado? ¿Cómo ha escapado a la crítica de los filudos articulistas? No lo sé. Pienso que los embajadores de Europa, Canadá y Estados Unidos, las organizaciones internacionales, Biden, Harris y algunos congresistas de EU, así como la prensa internacional han conseguido influirlos. Pero se trata de personas y entidades que conocen muy poco de Guatemala, de países que obedecen las consignas (orden que se da a los subordinados) de Estados Unidos, de corresponsales de prensa muchos de ellos cooptados por redes como la de Soros, De entidades como el DoS que parecen coincidir con las metas del Foro de Sao Paulo y el más cercano Grupo de Puebla. Ellos podrían ser las manos que mecen la cuna de Arévalo.

Me he preguntado por qué no creo —como otros, más inteligentes y con mayor visión— en la trama urdida por Arévalo. Tengo algunas respuestas que para mí son válidas:

Arévalo ha mentido. Creó un complot para asesinarlo. Sin haber asumido, afirma que hay un golpe de estado en contra suya. Asegura sin aportar evidencia alguna que Giammattei desea permanecer en el centro del poder político. En vez de buscar aclarar el asunto de las inscripciones falsas de Semilla que le permitieron inscribirse tanto en 2019 como en 2023, ha acusado a la fiscalía de persecución política en contra suya. Asegura, también sin mostrar evidencia alguna, que la Fiscal General, el Jefe de la FECI y el juez del Juzgado Séptimo de lo Penal son personas corruptas. Ha usado la pésima imagen pública de Giammattei acusándolo con falsedades, con lo que explota la idea de que: El enemigo de tu enemigo, es tu amigo.

Ha atentado contra la Constitución. Ofrece cambiar la Constitución, sin que queden claros los alcances de tal cambio. Declaró que dará una bienvenida, con todos los honores a la señora Thelma Aldana, al Fiscal Juan Francisco Sandoval y a una docena más de personas quienes hoy son prófugos de la justicia guatemalteca. Conforme la legislación en vigor, esas personas debieran ser apresadas aún dentro del avión que los traiga de regreso. Al evitarlo, el poder presidencial pasará por encima del Estado de Derecho. Ha ofrecido instalar a Thelma Aldana como Fiscal General ¿Y el debido proceso? ¿Nos llevará de regreso 75 años atrás? Quizá hará coro con AMLO cuando repite: «Para mis amigos, todo; a mis enemigos, la ley».

Arévalo ha mencionado que también invitará a Iván Velásquez. Si bien, algunas aprehensiones fueron necesarias y convenientes, la CICIG incurrió en una serie de arbitrariedades, actos ilegales y otros hechos reñidos con la ley. Algunos costaron la vida a varias personas, incluso a dos médicos guatemaltecos. Carlos Sabino, investigador meticuloso, e historiador serio y objetivo, experto en la Historia de Guatemala publicó “La CICIG ¿experimento o conspiración?”, su último libro. En él, documenta plenamente la participación de la CICIG en Guatemala. Con absoluta honradez describe los aciertos, los errores, los dramas y las tragedias causados por el reinado de Castresana, Dall’Anese y Velázquez. Uno no debiera hablar de la CICIG, ni bien ni mal, sin antes leer ese libro.

Iván Velásquez es actual Ministro de Defensa Nacional de la Colombia que preside Gustavo Petro. Las redes sociales informan sobre actos de corrupción atribuidos a Velásquez en los 14 meses en ese cargo ¿Es con personas como Velásquez, quien mereciera ser distinguido como persona non grata en Guatemala (tuvo prohibido el acceso al país) y con delincuentes prófugos con quienes el señor Arévalo piensa erradicar la corrupción de nuestro país?

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