«Bájese del tejado con Chente, no ve que casi lo bajo a machetazos por andar ahí arriba corriendo», le grita don Víctor al supuesto vecino de abajo. Para todos los demás es casi normal ver a don Víctor sin camisa, luciendo esa grande y blanca panza cervecera adornada por dos cicatrices que la cruzan de lado a lado.
Aunque él jura que fue por la cirugía de la vesícula y la operación de una hernia, todos saben que son producto de una pelea que tuvo en sus días de juventud mientras imponía orden en su natal Jutiapa, donde todos andan armados y no le temen a nada, ni a nadie, sólo a Dios, con su sombrero de vaquero desafiante y un gran corvo, como le dice a su machete de casi 70 centímetros de hoja. Sólo lo puede portar una persona de mucha estatura; tiene una empuñadura de oro con la silueta de una cobra y sus ojos son dos diamantes incrustados.
Camina desafiante contra los perversos, pero muy respetuoso con los vecinos decentes. Se quita el sombrero cada vez que se le cruza una dama en su camino, sin importar su edad o condición social. A todos en La Joya les saluda con un buenas tardes o buenos días, según sea el horario. Es amoroso con doña Tina, su esposa, a quien le ha dicho que no tenga pena de la delincuencia en el sector, ya que a su casa no llegan esos mañosos a molestar. Para todos los vecinos es garantía saber que don Víctor anda en su casa al regresar de su trabajo, donde se desempeña como jefe de seguridad de un famoso político. Aunque tiene acceso a armas de fuego, él dice que cargar su «cobra» en la cintura le da confianza y mucha paz.
Jamás le ha faltado el respeto a ninguna persona honorable que anda bien con la ley, se esfuerza por educar bien a sus hijos y nietos, aunque siempre hay una oveja descarriada. Le gusta estar parado en la puerta de su casa sin camisa, después de comer algo en la cena. Entre cigarrillo y cigarrillo le da casi la medianoche fumando y escuchando la radio que programa música ranchera en amplitud modulada, ya que sólo ese tipo de emisoras llegan hasta La Joya.
Los días viernes es día de quedarse más tarde, ya que el sábado no trabaja y puede desvelarse. Se prepara con más cigarrillos que los otros días, pone baterías nuevas a su radio, la antena de chicote bien arriba para una mejor cobertura de recepción y las bromas con los vecinos que pasan frente a esa gran ventana a saludarlo e intercambiar chistes y anécdotas. Algunos vecinos después de las doce no salen a la calle, ya que se habla mucho de aparecidos y cosas raras que se ven, pero a don Víctor eso no le afecta ya que no conoce el miedo. Se cuenta del caballo que pasa por las noches, comiendo arbustos de la orilla de las casas pero que no se deja ver; del ruido de llantas de camilla de anfiteatro, pero no se ve a nadie en la calle, sólo se ve pasar perros negros correteando al cadejo, según lo juran algunos.
Don Víctor se tira una gran carcajada, aduciendo que el miedo los hace ver cosas que no son. Pero esa noche de viernes sí que fue especial, ya que después de platicar, fumar y escuchar todo el repertorio de la radio, se dispone ir a descansar pasadita la medianoche, sin nadie en las calles, cuando de repente escucha unas grandes pisadas sobre los techos de lámina de las casas de enfrente.
Don Víctor se da la media vuelta antes de cerrar la ventana, creyendo que es «un amigo de lo ajeno» que se quiere meter a alguna casa de sus vecinos, y es en ese momento que desenvaina a la «cobra» para salir a atacarlo, pero se frena al ver a don Chente, el vecino de cinco casitas calle abajo, el que trabaja de chofer de bus urbano, que viene corriendo sobre los techos.
Los dos se quedan paralizados, viéndose fijamente a los ojos uno al otro, estáticos, sin moverse ni decir nada, hasta que don Víctor rompe el silencio con otra risotada y envainando a la «cobra» le grita: «Bájese del tejado don Chente, no ve que casi lo bajo a machetazos por andar ahí arriba corriendo». Después de eso se va a dormir y don Chente sigue corriendo como buscando su casita.
«Lo extraño fue que vino tan tarde y no caminando por la calle, sino corriendo sobre los techos», comenta don Víctor. Se duerme en paz y felicidad, hasta que al siguiente día lo despierta conmocionado la noticia que todos los vecinos comentan con mucho dolor, y es que don Chente tuvo un accidente en el bus que manejaba por una falla en los frenos y murió entre los hierros retorcidos alrededor de la medianoche.
Por RepublicaGT. Ver noticia original