En un país donde todo tiene un precio, no hay nada que no se venda.
Y nada tendría de malo en el mundo de las operaciones mercantiles, base fundamental del sistema de libre mercado, donde los bienes y servicios se cualifican por el grado de necesidad que su consumo, en libertad, y con el consentimiento de los interesados, satisfaga la necesidad de quién lo necesita.
Pero la sociedad reclama para su convivencia pacífica, la certeza de que ese cúmulo de interacciones productivas les garanticen la veracidad de que serán respetadas, en un ámbito espacial de validez (territorio) con autonomía para darse un marco jurídico que sea respetado por su propia sociedad y pueda ser contrapuesto frente a otras sociedades organizadas como Estados.
Fue esa dinámica natural en los seres humanos la que requirió en su momento histórico, el surgimiento de una supra-estructura de control social que se denominó Estado y que con sus características propias (población, territorio, y autonomía para darse sus propias leyes) pobló y se reprodujo en el planeta creando diversidad de formas de gobierno y una normativa que hiciera posible la convivencia entre estructuras diversas (derecho internacional público y privado)
Para procurar el control sobre la guerra y la paz, los países aliados que ganaron la Segunda Guerra Mundial y países hegemónicos, con el coro de la plebe, con pretensiones de Estados se agruparon el 24 de octubre de 1945, como La Organización de Naciones Unidas.
Francia, China, la Unión Soviética, El Reino Unido y los Estados Unidos de América (EUA) a partir de ese momento se constituyeron en los amos del mundo.
Son, quienes finalmente deciden cuando y donde se deben provocar las guerras, en connivencia con los poderes económicos mercantilistas y corporativos.
Incluso, crean los virus, en apoyo de una política definida a partir de la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, de control forzado de la natalidad.
Corriente que degeneró de manera deliberada en la feminización de la masculinidad y masculinización de la feminidad, para darle carta de naturaleza ideológica a las políticas de género que satanizan las diferencias naturales, resaltando otras, conocidas desde los primeros tiempos, privilegiando sistemáticamente, las relaciones desiguales y muchas veces perversas, en especial, las que se refieren a los niños.
En ese mundo decadente y particularmente desalmado, no hay amigos ni tampoco enemigos cuyas diferencias no sean superadas por el oportunismo, que transforma lo malo en bueno y lo bueno en malo, si se llega al precio.
Vivimos la burbuja de los intereses de la que no están exentos ni el mundo de lo público ni lo privado.
En la Sodoma y Gomorra de este siglo, todo es permitido en privado si se trata de lo privado, y en público y total desvergüenza si se trata de lo público, que mueve y genera más capital que lo privado.
La desvergüenza es planetaria y los sucios son socios en lo público y lo privado, salvados por la sacrosanta biblia de los intereses.
Nuestro mundillo con sus sacerdotes y pastores, se debate entre bendecir al demonio y negar a Dios, por ser una carga moral innecesaria donde no existe el pecado y las indulgencias tienen precio, que también cobran los demonios.
La amenaza de expulsar de ese ardiente paraíso a los pecadores si violan las normas del imperio, resultan tentadoras para quienes, arrodillándose frente al altar que venera los cachos, saben qué, si se cubren con su capa vampiresa, nada les pasará y comulgarán en la misa de las hostias negras.
El conjuro de los malos correrá en busca de protección del supuesto escogido para que la sombra de aquella siniestra catedral proteja todas sus fechorías.
¡Ay las alegres elecciones!, y su imaginaria contienda y controversia, entre iguales, buscando la bendición del papa de Washington y sus Cardenales de la avenida la Reforma.
Haciéndose los locos frente a una realidad de la genética imperial: Ni amigos ni enemigos, sólo intereses, transformándolos inicialmente en esbirros para graduarlos de esclavos.
¡En este mundillo nuestro, eso no importa! ¡Escójanme!, suplican arrodillados en la Avenida la Reforma, ignorando entre traidores, que poco les importa el que ruega de hinojos torturando sus viejas, jóvenes, masculinas o femeninas articulaciones, porque los que les hacen el coro, como acompañantes, no les importa el destino del llorón. Les importa, su curul en el Congreso o su alcaldía
¡Cambio curul por presidencia!, ¡y vendo firmas con DPI” gritaba el timador frente al palacio, haciendo más atractiva su oferta.
Entre la multitud de interesados, encubierto, un agente de la DEA, murmuraba… ¡Siempre caen!
Ánimo mi querido Amilcar.
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