Tanmi Tnam
Las niñas y los niños del área rural aprenden el trabajo como medio y espacio de aprendizajes antes que llegue la edad de asistir a la escuela primaria. Este hecho genera contradicción con leyes que establecen que los chiquillos no deben trabajar. La juventud, todos los días trabaja en actividades familiares que generan algunos productos para la sobrevivencia.
La niñez, la adolescencia y la juventud del área rural no son visibles por el concepto y práctica de desarrollo que se aplica a través de las instituciones oficiales, debido a los argumentos y prácticas que las sostienen. Es conocido por muchos guatemaltecos, que se destina presupuesto para obras cuyo objetivo es alcanzar el mejoramiento de las condiciones de vida de los empobrecidos en el país, sin embargo, las mentes de quienes tienen la decisión y el equipo de técnicos que planifican algunas acciones para el desarrollo, no logran identificar a quienes son considerados el futuro del país: la niñez, la adolescencia y la juventud.
La vida, las necesidades educativas, sociales y culturales de la niñez y de la juventud, no siempre tienen atención por parte de los servicios públicos. Algunos indicadores se observan en la cotidianidad de la manera más simple, muchas niñas y niños a los 7 años de edad todavía sin la oportunidad de conocer un libro que esté escrito en su lengua materna o en el idioma oficial, la dieta familiar consiste en tortillas, chile y café, no han recibido atención médica para ver su desarrollo físico y mental, no hay instalaciones para practicar deportes y disfrutar de la recreación. Cuando las familias hablan del futuro de la niñez, las conclusiones a que llega la reflexión, es que no hay dinero para mejorar la alimentación, tampoco hay para educación escolar y la atención de la salud.
En el país, un alto porcentaje de la juventud no tiene futuro prometedor. El panorama es obscuro, se dice que así ha sido y seguirá así porque los gobiernos que nos han gobernado prometen en época de campaña, pero nunca cumplen sus ofrecimientos. La realidad que aprisiona todos los días, es que miles de familias viven en el minifundismo, otras no tienen tierra, no hay vivienda digna y no hay fuentes de trabajo. Este cuadro se complementa con la presencia de religiones que predican y ofrecen otro mundo, pero sin transformar las condiciones políticas y económicas negativas en que se vive actualmente.
Cuando el liderazgo local logra priorizar qué problemas y necesidades deben ser atendidas por algún proyecto de desarrollo, se escucha en voz baja, que la aprobación de las obras requiere de la contribución económica de la ciudadanía local. La cantidad que se reúne con el sacrificio y esfuerzo de los comunitarios, en muchos casos no queda señal o comprobante alguno en qué se aplica, no se sabe a quién se entrega y todos prefieren guardar silencio. Los proyectos que se generan en las instituciones presentes, se dedican a la obra gris y no hay programas para atender la niñez, la adolescencia, la juventud y las mujeres. Este cuadro, se complementa con el racismo en la administración pública, que no puede ver pueblos indígenas y que niegan permanentemente la extrema pobreza.
Para la niñez, la adolescencia y la juventud de Guatemala, hay que asegurar comida, crear escuelas técnicas, expertos en agricultura orgánica, técnicos para la productividad en el ámbito local y carreras profesionales a través de la Universidad estatal en todo el país. Juntos a demandar oportunidades que apoyen alcanzar el mejor futuro para las nuevas generaciones del país.
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