Existe otro camino
Se viven momentos muy particulares, repletos de impotencia, tristeza y desazón. La incertidumbre se vuelve una constante y mucha gente, en ese contexto, busca refugio en el conocimiento de los expertos, aunque siempre cabe la variante de toparse con los infaltables charlatanes crónicos.
La humanidad tiene una natural propensión a intentar conocer con antelación cómo será el futuro. Juega con eso a cada instante. Predecir lo que viene es un ejercicio tan atractivo como completamente inútil. Es que, en realidad, nadie puede saber lo que sucederá siquiera al día siguiente.
Son tantas las variables en danza que asumir cierta linealidad es demasiado temerario. El mañana no será tal como lo imaginamos. Inclusive cuando lo esperado ocurre en sintonía con la lógica, su magnitud podría ser otra.
Algunos dirán que muchas veces los pronósticos se cumplen, y finalmente las proyecciones son de gran utilidad para adecuarse a lo que eventualmente pueda sobrevenir. Y eso también es innegable. Lo que resulta muy loco es suponer que esas presunciones operan siempre.
Bajo ese paradigma y especialmente en épocas de crisis, nunca faltan a la cita los apologistas de la catástrofe. Se trata de personajes que lo magnifican todo. Para ellos no existen matices ni puntos intermedios, y entonces se pasan vaticinando desastres de enormes dimensiones que traen consigo consecuencias destructivas.
Les apasiona coquetear con los cataclismos. Como una suerte de gurúes preanuncian circunstancias que serán insoportables para todos. Claro que jamás aportan precisión acerca de cuándo estallará, solo advierten que eso se asomará muy pronto, pero sin aclarar de ningún modo el marco temporal de sus afirmaciones tan superficialmente ligeras como osadas.
En realidad, esa visión difusa es muy cómoda. Sólo intentan llamar la atención. Es que seguramente aparecerán en el horizonte tormentas, inundaciones, sequías, incendios y terremotos. Eso también forma parte de la naturaleza. Sin una referencia espacial concreta esas pretendidas predicciones son meras habladurías de bajísima categoría.
Claro que algún día todo mutará y vendrán eras de apogeo y de las otras más prósperas. Esos ciclos están dentro de lo esperable y no es imprescindible ser un iluminado para registrar esos habituales altibajos. Lo sorprendente no es proclamar que todo explotará, ya que algún día eso obviamente se cumplirá. Lo elogiable y asombroso sería acertar con total precisión respecto de cuándo colapsará.
Se viven instancias de enorme volatilidad, de transformaciones vertiginosas plagadas de sensaciones de fragilidad que se replican a gran velocidad. Todos están invitados a adaptarse en esa dinámica y es por eso que se vuelve una obsesión adivinar hacia dónde podría finalmente desembocar este laberinto.
Tal vez muchos se apeguen a este esquema de grandilocuentes premoniciones como un mecanismo de defensa y opten por fantasear con que todo será una tragedia inminente, asumiendo que eso ayudaría a recorrer ese dramático trayecto de una manera más tolerable.
Quizás sea necesario reflexionar al respecto. Augurar un escenario espantoso no parece contribuir positivamente para sobrellevar una desdicha. Parece un poco audaz y hasta irresponsable. Una actitud de alerta inteligente sería bastante más razonable y eficaz.
Ante la imposibilidad fáctica de asimilar lo desconocido tiene escaso sentido angustiarse con ese formato. Un poco de humildad intelectual vendría muy bien. Nadie espera que eso haga que las perspectivas negativas se conviertan en positivas. No se trata de ser irracional sino más bien de apelar a la mesura, la prudencia y la sensatez.
Siendo que no es viable profetizar acerca del porvenir con exactitud, es interesante tomar nota de la tendencia general, prepararse preventivamente para esa inercia, pero siempre a sabiendas de la mínima chance de atinar respecto de cuándo y cómo eso alcanzará un desenlace.
Habrá que entender que las naciones no quiebran, que tropiezan hasta el cansancio, pero sobreviven y que los procesos de disolución social tantas veces presagiados requieren de una combinación de factores extraordinarios para que todo derive en esa hecatombe.
Los países pueden sufrir los embates generados por sus malas decisiones. Gobiernos de pésima calidad, dirigentes mediocres, líderes corruptos abundan lamentablemente por estas latitudes. De esa calaña nada bueno puede brotar, pero nunca se debe subestimar la capacidad de los individuos para mitigar el impacto de esos desmadres y minimizar el daño.
Se avecinan tiempos muy complejos. Es probable que se esté transitando una pendiente de caída secuencial, pero es casi imposible tener certezas acerca de cuándo se detendrá esa modalidad.
En el caso local hoy se están pagando los platos rotos de un conjunto de determinaciones nefastas que se han ido acumulando por décadas. Los gobernantes y los votantes, evidentemente, no han tenido la astucia suficiente para seleccionar el camino correcto.
Con el diario del lunes todo se ve ahora con mayor claridad. Los errores cometidos están a la vista y los resultados hablan por sí mismos. Bastante diferente es presumir que lo que viene será lo que todos sospechan.
Claro que las expectativas mientras tanto hacen su trabajo. Justamente las personas funcionan en base a lo que creen que ocurrirá, y están en su legítimo derecho de pensar de ese modo, pero tal vez no sea una buena práctica convertirse en agoreros de las tragedias siendo que no se dispone de ninguna certeza respecto de lo que terminará acaeciendo. En todo caso sería virtuoso tener más templanza para enfrentar lo que sea que se presente con el mayor talento posible.
Lo invitamos a que lea más del autor en: https://elsiglo.com.gt/2022/07/24/prefiero-mas-pobres-y-no-100-mil-muertos/
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