Existe otro camino
Si el oficialismo no encuentra la brújula a la brevedad, no dispondrá de suficiente margen para enderezar el gobierno. En ese escenario, el panorama electoral pondrá a otros espacios como protagonistas del futuro.
Es muy pronto para hacer proyecciones y mirar lo que pudiera ocurrir en los próximos comicios como si estuvieran a la vuelta de la esquina. No es que no sea posible imaginarlo, pero en política todo puede cambiar en un santiamén y en ese sentido abundan experiencias que lo confirman. Lo que parece evidente es que no sólo quienes gobiernan hoy no disponen de soluciones a las problemáticas del momento. Diera la sensación de que, más allá de lo retórico, los otros partidos tampoco tienen a la mano la letra chica de un plan instrumental que pueda ponerse a rodar.
Obviamente que desde lo discursivo casi todo lo que dicen tiene una lógica inapelable. La descripción de lo que sucede suele ser bastante certera y los diagnósticos planteados de forma grandilocuente suenan extremadamente concretos e inclusive invitan al aplauso fácil.
Sin embargo, luego de una larga experiencia democrática, la sociedad ha aprendido que lo que resulta agradable a los oídos en materia de crítica a los que conducen los destinos de una nación, pocas veces se plasma de ese modo en la realidad, cuando toman el timón los detractores seriales de cualquier medida aislada.
Habrá que decir, por el contrario, que hoy como pocas veces antes, se escucha tímidamente que los que están esperando su turno en la dinámica de la alternancia republicana vienen trabajando en una especie de programa de reformas. No se sabe cuánto de eso es verdad, pero es saludable que eso esté pasando. No es seguro que se trate de algo totalizador, ni muy profundo, y mucho menos que tenga el consenso suficiente entre esa mayoría de actores que se precisan para implementar lo que fuere en las instancias que la democracia tiene prevista.
En todo caso se habla de pinceladas gruesas, trazos generales, que enumeran los dilemas y proponen un borrador mencionando los aspectos que se deberán abordar en la inmediatez para encauzar el rumbo.
Alguien podría decir que con eso probablemente alcance porque permitirá, al menos, discutir cada asunto sobre algo firme y ajustar las clavijas cuando los ritmos de la política así lo establezcan oportunamente.
En una situación normal, o inclusive con ciertas debilidades, quizás esa afirmación sería muy atinada y habría entonces que conformarse con un esquema global que posibilite una posterior negociación para su puesta en marcha. Pero dada la manifiesta gravedad de esta circunstancia tal vez no exista ese plazo adicional para conversar con posterioridad a los comicios respecto de cómo avanzar en la salida de este laberinto.
Los más avezados dirán que en el pasado sucedió de esa manera. Con el resultado electoral y el mandato popular suficiente, sobre la base de algo muy genérico se pensará en quiénes serán los funcionarios cómo conformar los equipos que lo llevarán adelante, mientras se dialoga con el resto.
Claro que ese esquema ha existido en el mundo real, inclusive en la historia reciente y hasta se pueden encontrar casos de razonable éxito bajo esa impronta, pero no parece ser esta una coyuntura demasiado idéntica.
Las reformas estructurales que hay que instrumentar una a una, son todas de elevada sensibilidad, con impactos relevantes, y además deben ser ejecutadas casi sincrónicamente, como parte de un programa integral que no deje casi nada librado al azar. Un error de cálculo, un supuesto subestimado, una arista no prevista, podría hacer explotar la oportunidad y tirar por la borda el escaso crédito con el que cuenta la política contemporánea, empujando a una crisis de orden institucional tan inusitada como indeseada para todos.
Por otro lado, un tema no menor es que un eventual programa de transformaciones de semejantes dimensiones necesita un apoyo social gigantesco y eso no se consigue después de una votación sino justamente durante los comicios. Es la gente la que debe manifestar explícitamente que está dispuesta a transitar un camino que puede ser traumático.
Sin ese inconfundible acompañamiento será muy difícil contar con la gran legitimidad que se necesita para dar los pasos que hay que iniciar cuando sea posible. El ardid de engañar a la comunidad con propuestas simpáticas que no implicarán esfuerzos puede ser “pan para hoy y hambre para mañana” y una trampa letal de la cual resulte imposible escapar.
Una victoria electoral no es un cheque en blanco para hacer lo que sea. Algunos dirigentes opositores alientan esta peligrosa línea de acción y apuestan por esa escasa memoria que muchos votantes exhiben a veces. Si los actuales funcionarios no encuentran soluciones sustentables en pocas semanas, la oposición tendrá la responsabilidad y una chance única de tomar las riendas en el próximo mandato, pero para eso precisa un plan que hasta ahora no se asoma.
Se precisa de grandeza, a la vez que humildad para entender lo que está padeciendo la sociedad. Cuando eso se comprende no queda ninguna otra opción que trabajar ya mismo, contra reloj, para edificar, con lujo de detalles, ese programa que permita al país salir adelante, convocando a la gente a respaldar en una elección categórica ese loable intento.
No es buena idea dilapidar el tiempo jugando a las intrigas, especulando con las mezquindades de la política minúscula y dejando de lado a esos ciudadanos que anhelan que alguien, de una vez por todas, esté a la altura de las circunstancias.
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