La injuria – El Siglo

Antropos

“Todos los seres que participan de alguna razón común anhelan unirse con sus semejantes”.
Marco Aurelio.

Vivimos hoy, un proceso electoral, atípico dirán algunos. Normal, afirmaran otros. No es de mi interés manifiesta la gran mayoría de la población. Lo cierto es que  se ciernen nubes oscuras atiborradas de una mala costumbre, como lo es, la desacreditación de los contrarios. Abundan las falacias, las mentiras, los chismes, las bolas y las ironías abultadas por las redes sociales, en las que expresan descontento, pero ninguno enfrenta posiciones cara a cara. O sea, es a escondidas.

Se hacen juicios de valor y estoy seguro que para estas mentes enfermizas, les gustaría que de quienes hacen sorna, se fueran a la cárcel. En fin, estamos como se dice en Chiquimula, en un momento en el cual todo se pone color de hormiga. Hay personas a quienes por una u otra razón, se les ha negado su participación electoral. Con el agravante que está presente hoy, la espada de Damocles, sobre otra figura política, con el peligro que a partir de un proceso jurídico, se le impida participar electoralmente.

Es, en este sentido, que impera principalmente hoy en medio del actual proceso electoral, la injuria y la desacreditación como vicios para hundir a los sujetos con los cuales no se tiene ningún apego. Se articulan ataques que se endilgan contra otras personas con las que no existe interés común. Este antivalor nos ha acompañado desde siempre. Y es más intenso cuando se conocen las intimidades de las figuras públicas, no para generar aprecio y afecto, sino para hacerlas florecer burlonamente y con doble interés maligno, en momentos en los cuales sobresalen las diferencias.

Abundan anécdotas de grandes personajes en las que se dimensionan los defectos y desatinos emocionales o de carácter racional. No hay escapatoria para los mortales, sólo para aquellos que lograron romper con angustias, sufrimientos y alegrías las tropelías de la habladuría humana. Sor Juana Inés de la Cruz, Simón Bolívar, Abraham Lincoln, José Martí, La Madre Teresa de Calcuta, Mahatma Gandhi, Ernesto “Che” Guevara, Monseñor Romero, Mandela, Martin Luther King, Juan Pablo Segundo, Dalai Lama; son algunas personas que superaron el mundo de la injuria y la desacreditación, a pesar de que fueron objeto de lo mismo. Siglos atrás, trascendieron a la malignidad, personajes bañados de misticismo y religiosidad como Mahoma, Jesucristo, Buda, Sócrates, Marco Aurelio, Seneca, Confucio, quienes reflejan a lo largo del tiempo, la perfectibilidad de los valores centrales de la humanidad.

Sin embargo, cada uno de nosotros, seres comunes, ciudadanos de este mundo y submundo, no sólo cultivamos las virtudes, sino están presentes los antivalores que rodean cotidianamente nuestro peregrinaje en el cual abunda la inequidad y la injuria. El vacío del presente que se esfuma frente a una manera de vivir y la incertidumbre de un futuro que se cierne sobre nuestro ser, dificulta en momentos de crisis individual o de carácter social, asumir con sensatez actitudes adecuadas ante la vida misma.

La historia es el ejemplo de engaños y autoengaños que abren ventanas para regocijarse de los despropósitos ajenos, cuando estos se abultan. Esta es la materia prima para la injuria y la desacreditación ajena, al disfrutar con sadismo los pasos mal dados de los otros, sin percatarse que los de uno mismo a lo mejor son peores; por ello lo tipificamos como vicio.  O sea, ese gozo malévolo de reírse y burlarse del otro.

Existen espacios de la cotidianeidad en donde la desacreditación aflora, como lo que se da en los pueblos o barrios, en el que a escondidas enjuician a escondidas desde el ojo que mira a través de una rendija de la puerta. Ahí florecen las injurias como hongos bajo árboles inmensos. Otra es la vida pública que se expresa a través de la acción política y en la que como caldo de cultivo de diatribas se endilgan unos a los otros, sin permitir el beneficio de la duda o encuentro de intereses para construir acuerdos mínimos para el bienestar de la sociedad. No han entendido que la política es la búsqueda de alternativas para la solución de los problemas de un país y no la insistencia del vicio de la desacreditación ajena.

Recordemos que no somos la Madre Teresa de Calcuta, pero con su ejemplo podemos cultivar la virtud de la sensatez y el afecto, que nos facilite superar la injuria y la desacreditación ajena como antivalores de la sociedad.

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