La opinión pública – El Siglo

Teorema

En los años 30 y 40 la discusión sobre temas económicos, sociales, políticos y otros de importancia nacional, se desarrolló mayormente en el Congreso de la República. De sus deliberaciones informaban dos periódicos independientes, El Imparcial y El Liberal Progresista.También el oficial, Diario de Centro América. Los tres cubrían el área noticiosa con diligente veracidad. Se decía que el periódico oficial ignoraba o restaba importancia a las noticias contrarias al régimen, pero lo que publicaba merecía la confianza de sus lectores. La radio presentaba noticieros que también incluían comentarios serios y responsables sobre los acontecimientos de aquella época, anterior a la televisión. Los ciudadanos estaban convencidos de que la información estaba en las noticias mientras que la formación provenía de las explicaciones e interpretaciones, que entonces eran sobrias y veraces.

En esos años, los diputados acudían a las sesiones del Congreso cargados de libros y otros documentos con los cuales daban apoyo a sus argumentos. Entonces Platón, Rousseau, Bentham, Keynes, un joven de apellido Mises y muchos otros pensadores tenían presencia escrita en la Asamblea Nacional. Las discusiones, generalmente intensas, sucedían bajo observación permanente tanto de la prensa como del público que asistía. Entonces, la única universidad en Guatemala, la USAC, tenía una voz trascendente, de máxima importancia en la vida nacional. En lo académico, se esforzaba en preparar a sus graduados para que fueran aceptados en las mejores universidades del mundo. Tenía prestigio en el exterior y mucha autoridad dentro del país, tanta que incluso algunos de sus estudiantes destacaban en la discusión pública nacional.

La TGW en Guatemala (1930) y la TGQ en Quetzaltenango (1938) iniciaron la información radiada con el primer programa de noticias: El Diario del Aire. También se escuchaban las emisoras XEQ y XEW de México y La Voz de las Américas. México inició su TV comercial en 1950. Seis años después, Mario Bolaños García, Rafael Herrera Dorion, Emilio Barrios Pedroza, Emile Charles Dubiel y Jay Wilson fundaron en Guatemala Canal 3 de TV. Ese mismo año, Guillermo Figueroa de la Vega creó el primer programa noticioso televisivo, Cuestión de Minutos, que también incluía entrevistas cortas. Se trataba de un periodismo serio que reclamaba ser independiente.

Muchas cosas han cambiado desde entonces. La USAC se convirtió en un centro de actividad subversiva mezclado con enseñanza de calidad cuestionable en algunas facultades. La escuela de matemática tiene buena reputación, pero otras facultades parecen haber desmerecido. El ambiente de estudio necesariamente está ausente cuando hay más días de huelga y protesta que de clases regulares. Muchos de sus 200 mil estudiantes, no merecen tal calificativo. Solo la escoria social es capaz de destruir su propia casa y mantenerla secuestrada durante más de un año evitando que en sus aulas haya clases. Aquella voz, que fuera guía para la nación dejó de merecer respeto y hoy guarda vergonzoso silencio con más de un ex “rector magnífico” bajo prisión o con cargos criminales.

Si la USAC involucionó, en el Congreso la situación fue aún peor. Al menos las últimas seis legislaturas muestran una caída progresiva (la segunda hubo de ser depurada). Esta, la décima de esta sexta República, registra la mayor decadencia. Un grupo minoritario, carente de representación tanto por su número como por su ilegal origen, consiguió qué más de la mitad (115 de 160) se unieran a ellos y quedaron a cargo del más importante órgano del Estado. Ese hecho vergonzoso redujo el espacio para el debate. Sin deliberación, 155 diputados arremeten contra 45. No precisan argumentos con alguna validez científica, sociológica o filosófica. Piensan como arrieros, argumentan como arrieros, son arrieros. Salvo en muy pocos casos, y muy ocasionalmente, hay alguna declaración sensata, pero no llega a crear luz.

Con la academia ausente en la USAC y en parte de la prensa, en el Congreso, entre gritos y ofensas imponen agendas perversas casi sin oposición. Así, incrédulos, los ciudadanos vemos a Orlando Blanco tildar a otros representantes de corruptos. No debe extrañar que pronto pueda haber actos de violencia física en el hemiciclo. Es de recordar que, en el origen de la humanidad, las pedradas resolvían las disputas y que fue la razón, ahora refugiada en foros ajenos al Congreso, la que sustituyó los tetuntes con argumentos. Hoy, cuando el Congreso libra un enfrentamiento brutal con la academia y la civilidad, su autoridad para guiar la opinión pública es inexistente.

El filántropo George Soros dotó con recursos multimillonarios a la sociedad civil organizada en grupos que tienen en común posturas contrarias al orden históricamente establecido. Entre otras áreas de actividad, Soros financia medios de prensa independientes que tienen como constante su identificación con una izquierda democrática y “progre”. Actúan con razonable libertad, pero lo hacen dentro de límites, amplios si se quiere, pero rígidos. Por ejemplo, todos se muestran defensores del régimen del gobierno actual, sin un sustento real que valide esa postura. Antes, con evidencia razonable, fueron feroces opositores del régimen anterior. Como guinda del pastel, en fecha reciente Dionisio Gutiérrez irrumpió en el escenario mediático con importantes inversiones en medios existentes, algunos de tan larga tradición como Prensa Libre. Luis Von Ahn hizo lo propio con La Hora. Los dos periódicos más longevos del país orientan a sus lectores hacia una izquierda predispuesta por el Foro de Sao Paulo y por el Grupo de Puebla.

¿Quién influye hoy en la opinión pública sobre temas políticos, económicos y sociales? ¿Quién, cuando la USAC derrocha desprestigio? ¿Quién, cuando las universidades privadas rehúsan explicar a la población las consecuencias de las políticas de Estado? ¿Quién, cuando la parte más importante de la prensa escrita y un sector destacado de la radio, así como algunos programas televisivos han sido cooptados por personas y organizaciones de izquierda? ¿Quién, cuando el Congreso está formado, en el mejor de los casos, por abogados que no conocen la Constitución y bachilleres que, si bien son alfabetos, no “ejercen”? ¿Quién cuando tenemos diputados de quienes Gregorio Luri habría dicho que, en su mayoría se trata de personas cuya madurez intelectual y emocional aún está por llegar?

De algún lugar habrán de salir los razonamientos que nos ayuden a analizar, a visualizar las consecuencias para nuestra Guatemala de eventuales políticas de Estado dirigidas o al menos influenciadas por el Foro de Sao Paulo o por el Grupo de Puebla. Creo que tal información va a venir principalmente de los programas televisivos que ofrecen entrevistas a expertos y de las redes sociales. Pero estas incluyen a los temibles Net Centers quienes son como tiburones de aguas profundas y las personas que, convencidas por ellos, los replican y defienden, atacando despiadadamente a esos expertos, auténticos formadores de la opinión pública.

Si uno cree que el señor Maduro, originalmente camionero, tiene cierta enemistad con el refinamiento y la inteligencia, entonces habrá de cuidarse de los diputados que veneran su sabiduría y se hacen fotos con él. En definitiva, el Congreso no tiene como liderar la opinión pública con base en principios científicos, académicos de la razón o de la lógica. Cuando mucho, es capaz de despertar emociones abyectas como el resentimiento y enojo social en las personas más sencillas.

Con esos grandes ausentes, y parte importante de los medios de prensa orientados hacia la izquierda. Todo sugiere que la formación de la opinión pública va a la deriva, buscando asideros siniestros. Sin embargo, aunque débil, un segmento de la prensa radiada y televisada entrevista a esas personas destacadas, expertos en temas específicos quienes explican, sin sesgo ideológico, diferentes temas nacionales. Sus noticieros también incluyen comentarios a los sucesos nacionales. Además, la opinión pública se nutre en la sección de opinión de los periódicos impresos, misma que conserva la tradición de dejar en absoluta libertad a sus columnistas.

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