Las maras – El Siglo

Antropos

La historia de las ideas ilustra en torno a pensadores, literatos, artistas, gobernantes, corrientes políticas, sociales, económicas, filosóficas, así como alrededor de grandes temas de conflagración mundial, regional o local, entre las que destacamos, lo relativo a la violencia y la contracultura. Estas manifestaciones de la sociedad son estudiadas desde diferentes enfoques disciplinarios. Sin embargo, también existen líneas de pensamiento que ignorando análisis y reflexiones de fondo, pretenden entenderlos de manera unilateral, conduciéndolos a asumir posiciones reactivas para lograr con el uso de los aparatos de seguridad del Estado, atajar estos problemas que se derivan de la descomposición social y se olvidan que para superar este nivel de conflictividad, habrá que mejorar las condiciones para una vida digna del ser humano. Entendamos que este fenómeno social, se debe comprender desde sus raíces, porque es más profundo como para utilizar únicamente la coercitividad.

El Estado no puede emplear sólo la represión para desarticular las manifestaciones violentas de jóvenes excluidos socialmente, a contrapelo de inhibir las posibilidades y mecanismos democráticos de la sociedad. La coacción como única arma de control, desactiva las fuentes de legitimación del mismo Estado. De ahí que sea necesario considerar lo relativo a los derechos fundamentales de las personas.

Hemos conocido reportajes televisivos y estudios de investigación acerca de la violencia de los rituales de las llamadas maras, los cuales consisten entre otros, que todo aspirante recibe una fuerte golpiza de parte de 10 miembros de la agrupación. Estas maras, una llamada Salvatrucha y la otra Barrio 18, nacieron en los Los Angeles, Houston y San Francisco, en el seno de jóvenes salvadoreños. Ahora se han extendido a El Salvador, Honduras y Guatemala, peleando espacios territoriales, y definiendo su propia identidad, con lenguajes corporales, colores de camisetas, tatuajes, cortes de pelo, signos y estilos de conducta.

Quienes integran estas organizaciones son jóvenes que han sido objeto de violencia intrafamiliar, violencia en la calle y agresión. Jóvenes que pasaron de la marginalidad a la exclusión social. Jóvenes que no tienen acceso a la educación, a la salud, al trabajo. Jóvenes con ausencias de afecto. Jóvenes sumergidos en la desesperanza que han encontrado en las maras su pertenencia cultural. Obviamente, al convertirse en transgresores del orden público, terminan profundizando su propia exclusión.

Desde luego que compartimos que en toda sociedad debe privar el orden, la justicia, el cumplimiento de la ley en el marco del Estado de derecho, pero, sobre todo, el respeto, la tolerancia y la comprensión de los problemas sociales. Por ello, cuando se dan expresiones del bestiario urbano por disputas territoriales promovidas por las maras, la autoridad estatal debe parar esta “parafernalia” utilizando todos los mecanismos que un Estado tiene a su disposición: educación, cultura y seguridad ciudadana.

Las maras, que curiosamente coincide con el nombre que el pueblo israelita le dio a un río de agua amarga: mara igual amargura, se expresa como una subcultura que se mofa de los valores de la sociedad, como respuesta de la burla y la exclusión social, de la cual ellos mismos son objeto; convirtiéndose en la mala conciencia de la sociedad.

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