Mi idealismo de la Libertad

Logos

Creo que el ser humano nace libre. No pretendo creer que nace biológicamente con genes de libertad, de los cuales lo ha dotado algún proceso evolutivo. Pretendo creer que la libertad es propia de su misma humanidad, o que la libertad es atributo esencial de su auténtica naturaleza, o que el ser humano no adquiere libertad sino que él mismo es ya libertad.

Creo, entonces, que ningún ser humano dota del derecho de libertad a otro ser humano. Por consiguiente, aquellos en quienes el Estado delega el ejercicio de su poder no pueden otorgar ese derecho. Solo pueden reconocerlo. Y deben reconocerlo. Y es su primordial obligación reconocerlo. Precisamente creo que la libertad es anterior a cualquier autoridad legislativa, judicial o ejecutiva del Estado. No es una anterioridad cronológica o anterioridad en el orden del tiempo. Es anterioridad ontológica o anterioridad en el orden del ser.

Creo que el derecho a la libertad debe tener un límite; pero ese límite no puede ser dictado por ninguna autoridad del Estado. No puede ser dictado por ningún legislador, juez o gobernante. Ese límite debe ser dictado por la libertad misma. Quiero decir que debe ser el límite únicamente necesario para que todos los ciudadanos sean igualmente libres, y posean la mayor libertad. Una mayor limitación es repudiable opresión, o es abusiva arbitrariedad. Y la ley que dicta esa mayor limitación es ilegítima ley.

Creo que reprimir la libertad no es eliminar la libertad, porque ella persiste potencialmente, dispuesta a manifestarse. Y por esa persistencia potencial el amo tiene que preservar la esclavitud con la crueldad de la tortura, la persistencia de la cadena, la herida del látigo y la advertencia de muerte. Empero, el esclavo, en el soñar durante la noche o en el fatigarse durante el día, proyecta, en un luminoso horizonte secreto, el ideal de libertad. Es ideal que no puede ser extinguida por aquella tortura, aquella cadena, aquel látigo y aquella advertida muerte.

Creo que la libertad es el corazón espiritual del ser humano; y el palpitar de ese corazón es palpitar grandioso de la más pura esencia humana. Y la más elevada historia de la humanidad, es la historia del ser humano injustamente oprimido que se rebela contra el opresor. Es la historia de las hazañas del ser humano que, exigido por su propia esencia, demanda libertad. Y puede convertir el riesgo de morir en la más temible espada que blande para combatir por su libertad. O puede preferir la dignidad de la muerte en el combate, y no la indignidad de la vida en la servidumbre.

Creo que la libertad posibilita que la individualidad del ser humano se desarrolle ansiosa de plenitud; y la plenitud de vida de cada uno de los miembros de la sociedad es plenitud de toda la sociedad. Y entonces la sociedad no es una abstracción que hay que adorar, sino una concreción que hay que aprovechar. No es un sagrado fin al que todos tienen que servir sino es un benéfico medio del cual todos pueden servirse.

Creo que el progreso de la humanidad es obra de la cooperación; pero es mayor aquel progreso que es obra de la cooperación de seres humanos libres, y no obra de seres humanos sometidos a la esclavitud, al vasallaje o a la servidumbre.

Creo que la libertad le confiere a la vida un valor único; un valor que nada del Universo puede conferirle. Y creo que el estado ideal del género humano es un reino de la libertad, en el cual surge la más rica individualidad, más brillante que cualquier inmensa estrella, o más fecunda que cualquier florida primavera.

Creo que el Estado debe adjudicarle a aquellos en quienes delega el ejercicio de su poder, la suprema función de administrar el derecho a la libertad. Y el mejor gobierno ha de ser, no aquel que es pequeño, o grande, o mediano, sino aquel que está dedicado a administrar el derecho a la libertad, y consume recursos de la sociedad únicamente para administrarlo. Y el peor gobierno ha de ser aquel que no está dedicado a administrarlo sino a limitarlo, y a complacerse en la opresión de los gobernados, y a consumir para ilícitos propósitos privados, los recursos de la sociedad.

Creo que el ideal de libertad es incompatible con la obstinación por la igualdad. La desigualdad que surge de la libertad es legítima desigualdad; y la igualdad que surge de la imposición es ilegítima igualdad. Creo que la desigualdad que surge de la libertad beneficia a la sociedad porque posibilita aprovechar, para todos, la riqueza de la individualidad de cada uno; y creo que la igualdad que surge de la imposición maleficia a la sociedad porque imposibilita aprovechar esa riqueza.

Creo que la libertad es necesaria para que cada quien procure la plenitud de su ser, la satisfacción de su tener y el éxito de su hacer. In summa: la libertad es necesaria para que cada quien pueda afanarse por su felicidad del modo como lo demanda su exclusiva y soberana individualidad.

En ese creer consiste mi idealismo de la libertad. Jurídicamente ese idealismo es derecho. Políticamente es república. Socialmente es cooperación. Económicamente es mercado. Moralmente es imperativo categórico. Filosóficamente es reconocimiento del valor absoluto al ser humano; y ese valor consiste en que cada ser humano no solo es un medio para lograr fines, sino también es un fin en él mismo, o fin último.

Post scriptum. Y jubilosamente, y con un renovado vigor de mi espíritu, proclamo, en mi vasto reino interior, mi idealismo de la libertad. Es idealismo que me dota de alas para pasar glorioso y despectivo sobre las ciénagas de cualquier modalidad de socialismo, o modalidad de servidumbre de los gobernados y señorío de los gobernantes.

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