Nostalgia por la patria – El Siglo

Antropos

Una mañana de estos días de noviembres, me encontré con Artemis Torres, investigadora de los temas de cultura, en el café del Teatro Nacional de Costa Rica.

Artemis quería beber un buen café de este país cafetalero y la convidaron a uno con sabores de las siete provincias que tiene Costa Rica y se lo sirvieron de acuerdo a la tradición campesina, chorreado sobre la taza que fue degustando sorbo a sorbo, de manera despaciosa, para sentir el aroma y sus sabores.

Charlamos amenamente por un buen rato acerca de los pueblos del oriente de Guatemala. De su Jutiapa, llamada la Cuna del Sol, de la cual ella está enamorada e identificada y ha escrito un trabajo titulado Escritores y poetas de Jutiapa, en donde da cuenta de personajes como Raúl A. Quintana Salguero, Milton Torres, Carlos Rubí Barillas, Gerardo José Sandoval.

Artemis me habló de Angelina Acuña, de Isabel de los Angeles Ruano, de Magdalena Espínola, oriundas también de este pedacito de tierra que es Guatemala. Me habló del cronista de la ciudad Luciano Castro Barillas, así como del poeta Otto René Palma y Claudia R. Nufio.

Jutiapa es un lugar que acoge las etnias pipiles y xincas resguardado por cerros, montañas y adornado por la laguna de güija que colinda con El Salvador. Celebran a Santiago Apóstol y producen sombreros de palma, en medio de fincas de ganado. Se destaca por ser el lugar que conserva una de las Escuelas Tipo Federación que lleva por nombre Salomón Carrillo Ramírez. No podríamos dejar de mencionar bocadillos como los tascales, los frescos de semilla de jícaro, pozol, atol de maíz y colocarnos sombreros de paja, para nuestra nostalgia de la patria.

De Jalapa cuyo origen se ubica en el llamado Valle de Santo Tomás de Xalapan, que significa tierra arenosa y en donde aún se habla el pocomám. De su historia educativa que nos llevó al siglo diez y nueve cuando don Adrián Zapata C., se graduó de Maestro de Instrucción Primaria en el Instituto Nacional Central de Varones en 1895. Su libro de memorias fue prologado por don Edelberto Torres Espinoza publicado el año de 1949. Conversamos acerca de la lucha de los campesinos de las montañas de Jalapa para defender sus tierras en el siglo diez y nueve. De los cuentos llamados Los Montañeses de Nájera Farfan, que dibuja la guerra de Los Lucios entre las montañas que hoy están entre Jalapa y Jutiapa. Fue una acción rebelde contra la Dictadura de Rafael Carrera y por su ferocidad en los combates, se les llamó los macheteros. También surgió el levantamiento de los remechiros, manipulados por la iglesia en contra del gobierno liberal, los cuales fueron derrotados por Justo Rufino Barrios en la Batalla del Cubilete.

De los escritores de Jalapa, José María Bonilla, Doctor Silvano Carías, cuyo nombre lleva su parque central, de Nicolasa Cruz fundadora del Hospital y cuyo nombre lleva esta institución, Clemente Marroquín Rojas, Melinton Salazar, Julio Fausto Aguilera, el mártir defensor de los campesinos de las montañas Jesús Marroquín, los cuentistas hermanos Nájera Farfan, el antropólogo Flavio Rojas Lima, el sociólogo Carlos Guzmán Bokler.

Degustamos en el recuerdo los melocotones jugosos y membrillos de la montaña de Jalapa.  Las delicias del mejor queso seco reconocido a nivel mundial y crema, rosquillas, dulces de toronja, torrejas de miel, pan de azúcar, chanfaina, gallina en crema con loroco, gallo en chicha, ayote en dulce y marquesotes. Hemos apreciado la fabricación de piedras de moler, piezas de cuero, instrumentos musicales y mejor artesanía en barro rojo de San Luis Jilotepeque en donde se asienta la iglesia colonial.  Pero hablamos además de las aguas frías de los Chorros, del volcán de jumay, de su parque y sus pueblos pintorescos.

Recorrimos Zacapa recordando pasajes y valorando el museo de paleontología ubicado en Estanzuela. Hablamos de los llanos de la Fragua y la hermosa toma de agua que se construyó en la administración del Presidente Julio Cesar Montenegro, lo cual dio lugar al cultivo de melones, sandias, tabaco, chile, tomates. Vimos con los ojos del recuerdo la sierra de las Minas en donde está el mármol, el hierro, cobre, y plata. El gran rio del Motagua antes cristalino y ahora languidece por la suciedad que el hombre deposita en sus cauces. El Puente Blanco. Mencionamos al historiador Clodoveo Torres Moss, oriundo de Quetzaltepeque, acerca de su teoría migratoria de piratas ingleses y musulmanes que migraron entre el monte desde el lago de Izabal donde dejaron sus embarcaciones al ser perseguidos por las tropas españolas, lo que dio lugar a un poblamiento suigéneris de esta región del oriente del país. Del origen del ron producto de los cañaverales de la Fragua y como dato curioso, contado por un zacapaneco, quien me relató qué en el año 1955, encontraron unas barricas olvidadas, que al descubrirlas determinaron que era un coñac y a eso bautizaron como Ron Zacapa Centenario. Fue en sus orígenes una licorera llamada El Llano, propiedad de Francisco Girón. Hicimos referencia a las fiestas de la Virgen de Concepción, a la estación del tren, del parque el Calvario frente a una iglesita católica, al templo evangélico Los Amigos, en donde por cierto mi papá fue pastor.

De los baños termales Santa Marta. De los pescaditos salados, de la chanfaina y la fruta de pan. Y hablamos de las empanadas de loroco, frijol y mixtas con chicharrón con salsa de tomate de Pasabién. De las quesadillas, dulces de toronja y mazapán y chicharrones con yuca cocida, de las butifarras.  De sus personajes anécdotas y escritores como la Asociación Zacapaneca de Cuentos y Anécdotas, (Azcca) con la impronta del Doctor Julio Morales, periodista Virgilio Cordón, Doctor Armando Andrino, poeta Jorge Pinto quien ha dicho que “en Zacapa la gente saca sus sillas para hablar de amores y aventuras” . Hicimos memoria de la visita del Premio Nobel Mario Vargas Llosa con los contadores de cuentos quien expresó en esa oportunidad: que Zacapa es “el lugar más fértil del país y acaso de toda Centro América en el antiquísimo arte de inventar y contar historias”.

Mencionamos a los hermanos Leonor y Roberto Paz y Paz, a personajes históricos como José María Orellana y Lázaro Chacon así como el grato recuerdo del Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, promotor y luchador de la paz en Guatemala. No sin antes mencionar que en Zacapa se dio el levantamiento de militares jóvenes contra el general Ydigoras el 13 de Noviembre de 1960, en protesta por la oprobiosa corrupción y de manera paralela con el levantamiento de oficiales en el cuartel de Matamoros de la ciudad capital.  Esto estimuló el conflicto armado que sumó treinta y seis años de confrontación, al que se sumaron movimientos civiles y estudiantiles.  Lo cual dio origen al movimiento guerrillero enclavado en la sierra de las minas, convirtiéndose en el primer movimiento guerrillero, hasta la firma de la paz en 1996.

Recorrimos en el recuerdo, los caminos y veredas de Chiquimula, llamada tierra de pájaros y hoy perla de oriente, con sus dos históricos monumentos de la educación fundados bajo la inspiración de la revolución liberal de 1871, bajo la guía del pensamiento positivista. Hicimos memoria del paso por sus aulas del doctor Juan José Arévalo Bermejo. Así como de la presencia de la iglesia evangélica bajo la conducción de Los Amigos quienes construyeron, centros educativos, de salud, el Tabernáculo y se diseminaron por los once municipios de este departamento. Me comentó Artemis acerca de estudios de los murales en algunas cavernas de esta región. De la riqueza de minerales en su subsuelo. De las costumbres. De don Rafael Girard, autor del libro los Mayas Eternos en dónde sostiene que los Chortís, descendientes de los Mayas, poseen una cultura viva en donde está al centro el joven Dios del Maiz. Del templo de Esquipulas que se construyó bajo el mandato de Monseñor Pedro Pardo de Figueroa y que fue elevada a Basílica tiempo después. Ahí, se venera la imagen del Cristo Negro que creo el escultor Quirio Cataño el año de 1594.

Platicamos de la “Biosfera de la Amistad”, declarada como el área protegida del Trifinio. De la sierra del Merendon como vena abultada de las montañas de Jalapa. Así como de la Piedra de los Compadres, cuya leyenda dice qué yendo en romería al Templo, dos compadres, hombre y mujer, al descansar bajo la sombra de los pinos, se enamoraron el uno al otro y Dios los castigó convirtiéndolos en piedra.  De la Iglesia Colonial de Quetzalteque, del lago ubicado en el cráter del volcán de Ipala, de las cuevas misteriosas del Cerro la Campana, del río la Conquista y las montañas de las cebollas. De cada uno de sus pintorescos pueblos. De su pobreza como la que se anida en Jocotán y Camotán.

Dimos una ojeada a la historia para repasar la defensa que se hizo del territorio nacional cuando países vecinos invadieron y en San Juan Ermita, se combatió hasta vencer la incursión en la llamada Batalla de la Arada febrero de 1851, comandada por Rafael Carrera. Larga fue la conversa cuando hicimos hincapié en la incursión de las fuerzas político militares que llegaron de Honduras el año de 1954 para derrocar al gobierno democrático de Jacobo Arbenz Guzmán. De como organizaron a campesinos con caite y semianalfabetos dándoles armas para combatir. Le comenté a mi amiga acerca de los aviones que surcaban el cielo. De las batallas que libró el ejército para defender el territorio nacional. Así como la utilización de la imagen del Cristo Negro de Esquipulas, bajo la conducción de Monseñor Arellano.

Conversamos acerca de los pueblos originarios. Recordamos a los poetas chiquimultecos como al viril Ismael Cerna que se enfrentó y perdonó a Justo Rufino Barrios. A Humberto Porta Mencos quien daba charlas en el parque El Calvario a jóvenes inquietos, formando en ellos el gusto por el arte y la poesía. Autor del Parnaso Guatemalteco. Del poeta Mario Morales Monroy quien escribió Brumas del Silencio. De Macrino Blanco Buezo, Edmundo y Rafael Zea Ruano, Miguel Angel Vásquez, Aquiles Pinto Flores, educadores como Pedro Nufio, Miguel Angel Landaverri, Luis Antonio Vanegas, Rosa Flores Monroy, Víctor Manuel Suchini, del historiador Clodoveo Torres Moss, del novelista Elías Valdez, Israel Pérez, Marco A. Lima, Raul A. Aguirre, Tito Monroy, Lencho Patas Planas rey feo vitalicio de la Universidad de San Carlos quien entre sus salidas, dijo “En Ipala la inteligencia es peste y los indios escupimos balas” y el cantor Hugo Leonel Vaccaro. Saboreamos el recuerdo del mercado y sus chicharrones con yuca, empanadas, fresco de tiste, pan de mujer, manías, embutidos, chuptes, batidos y panela de las moliendas, conserva de coco, espumillas, salpores, manjares, totopostes y los infaltables frescos de Quincho.

Caminamos en el recuerdo, centímetro a centímetro a través de la historia, la cultura y los amigos. Conversamos de los pueblos originarios pocomames, xincas, chortís y del proceso de mestizaje que dio como resultado el poblamiento de estos cuatro departamentos.

No podría faltar a la memoria el tren que cruzaba desde Izabal, Zacapa y Chiquimula hasta El Salvador con su pito y el humo que se lo tragaban las nubes y los vientos de cerros y montañas. Entre broma y broma, nuestra plática se extendió, porque le comenté a mi amiga Artemis, qué siendo joven, junto a otros patojos de mi pueblo, decidimos ir a El Salvador en los vagones del tren.

Juntamos unos lenes que aparecían en medio de nuestras limitaciones. Nos encaramamos a transportes Vilma de Quetzaltepeque a la cabecera departamental. Nos subimos al tren y comenzó la aventura. Cada uno llevaba algo de comer y unos poquísimos centavos para nuestra estancia más allá de las fronteras patrias. Nos ofrecían en las estaciones pacayas envueltas en huevo. Empanadas. Chuchitos. Tostadas. Enchiladas. Pollo asado y tacos. Chancletas, café, horchata, fresco de tamarindo o de rosa de Jamaica. Pero la plata no daba para tan exquisitos manjares. Solo logramos babear y comer nuestra ración helada que llevábamos en una bolsita para el viaje.

Pasamos por Ipala, Amatillo, y luego Metapán hasta llegar a Santa Ana. Ese lugar fue nuestro destino. Porque Metapán ya lo conocíamos porque tiempo atrás nos fuimos a pata a ese lugar. Caminamos día y medio y logramos mojarnos los pies en un río que está a la entrada de este pueblo colonial.

Mi relato siguió y mi amiga Artemis se interesó un poco más, en medio de sorbos de café. En fin, el pito del tres sonó y los rieles chillaron al parar en la estación de Santa Ana. Hemos llegado mucha, fue el grito de los cuatro patojos aventureros al llegar a su final.

Caminamos por las calles empedradas y sobre aceras de casas solariegas con balcones enormes. Teníamos que encontrar la Iglesia de esta ciudad. Al fin las campanas nos orientaron y henos aquí, frente a una hermosa e inmensa iglesia. Nuestra preocupación fue, encontrar la casa cural para pedir posada. Tocamos la puerta y preguntamos por el padre. Nos pasaron y luego lo saludamos. Era un sacerdote de la orden franciscana, que antes había servido en la iglesia colonial de Quetzaltepeque. Nos identificamos y de inmediato con esa amabilidad que poseía, nos ofreció el piso del corredor para dormir y para ello nos prestó cuatro petates. Uno para cada uno. Dormimos hasta el otro día que nos despertó las campanadas del centro religioso.

Y que pasó, me pregunto Artemis. Al día siguiente, le dije, salimos a pasear. Comimos algo y nos tomamos una cerveza cada uno. En medio de los hilos de la noche y bajo el efecto del cansancio, la bebida y el sentimiento de culpa por que nos venimos sin permiso, alguien dijo, Mucha, estamos lejos de la Patria y casi nos pusimos a llorar. Hasta que otro saltó y nos invitó a cantar el Himno Nacional, con ese sentimiento de patojos de una inmensa, profunda y genuina nostalgia por el lugar que nos vio nacer.

De madrugada arrancamos en el tren de vuelta a casa, no sin antes agradecer la hospitalidad. En el camino, en ese bamboleo de los durmientes de la línea del tren y adormecidos por el pito, aún recuerdo con nostalgia esos momentos y con risa escondida, de como uno de los amigos nos convido un platito de comida de esos que venden en las estaciones. Nuestra pregunta fue, y a vos como te sobró pisto y contesto, es que soy guardoso.

Otra vez al pueblo en al que nos asomábamos bajo los últimos rayos de sol que se plegaban en los tejados de las casas y se resbalaban por las faldas de la montaña del Merendón. Cada uno a su casita con la cabeza inclinada por el desatino de nuestra aventura de sentir nostalgia por nuestra Patria, más allá de las fronteras.  

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