Prefiero más pobres y no 100 mil muertos”

EXISTE OTRO CAMINO

La desafortunada frase presidencial que hoy retoma sentido
Era una instancia repleta de miedos e incertidumbre. La inusitada llegada de la pandemia ponía en jaque a los gobiernos. Muchos de ellos apostaron por no arriesgar más de la cuenta en materia sanitaria, minimizando cualquier otra consecuencia psicológica, social o económica. Con el diario del lunes amerita analizarlo, para no repetir errores eludibles.

Corría el 2020 y ante la amenaza del coronavirus los mandatarios del mundo optaron por refugiarse en lo que aparecía como menos temerario, ante la mirada atónita de millones de seres humanos que pedían a gritos la intervención de un “mesías” que los protegiera de ese nuevo enemigo.

Las cuarentenas emergieron a una velocidad inexplicable y pronto en todos los continentes se adoptó esta modalidad, aunque con matices diversos. Argentina encarnó uno de los formatos más duros y se entusiasmó con la secuencia de protocolos con postergaciones inerciales que se extendieron hasta límites absurdos. Casi en paralelo, la popularidad de los líderes crecía. Los aplausos aturdieron a los poderosos y éstos se enamoraron de las medidas y de la dinámica que impusieron, como una suerte de fórmula de éxito político.

En ese contexto, Alberto Fernández, afirmaba: “Prefiero un 10% más de pobres y no 100 mil muertos”. Un desacierto verbal, como tantos otros a los que esa verborragia incontenible, que lo lleva a decir frases grandilocuentes que suenan como rimbombantes ha acostumbrado a su audiencia. Estos discursos superficiales luego son aplastados por la evidencia empírica, esa que no perdona jamás esta clase de arrogantes posturas.

Habrá que decir que en aquella época más del 70% de los votantes estaba fascinado por la figura del Presidente y apoyaba ciegamente cualquier clase de restricción. Los encierros eran avalados por una enorme cantidad de personas que pedían con fervor que no dejaran salir a nadie de sus casas y que los “rebeldes” fueran castigados con ejemplaridad. Claro que nadie reconocerá a viva voz aquellas consignas, pero afortunadamente en internet han quedado múltiples testimonios de esos charlatanes que arengaban a las autoridades para imponer el peso de la ley a los que osaran con violar la “sensata y humanitaria” normativa vigente.

Unos pocos observadores alertaban acerca de los peligros que esta lógica traía consigo. Se hablaba del dilema entre salud o economía y todos parecían estar de acuerdo en que nadie podría desconocer la relevancia de estar sano y que la cuestión material era, finalmente, un asunto secundario del que se ocuparían con más detenimiento en el futuro sin apuro alguno.

Los más críticos, aún a sabiendas de lo que implicaba exponerse a esta enfermedad casi desconocida, de la ausencia de vacunas y de lo que eso significaba para los grupos más vulnerables, advertían que si la economía se detenía lo que sobrevendría luego sería mucho peor que este flagelo.

Los voceros de esa visión fueron lapidados en todos los ámbitos. En los medios de comunicación y en las redes sociales fueron atacados sin pausa. No hubo lugar donde pudieran esconderse quienes sólo cumplieron en anticipar la tormenta que veían que estaba en ciernes.

Lo cierto es que el país superó largamente los 100 mil muertos y el caos económico se tomó revancha ante tanta imprevisión, desidia y negligencia. La peor combinación azotó a la sociedad. No se pudieron evitar los fallecimientos esperables y la soberbia asociada a las torpezas de los gobernantes condenaron a muchos a una pobreza sin precedentes.

El resto de la película es conocida, empresas cerradas, pérdida de empleo, deterioro de los pequeños emprendedores, destrucción del salario real, mayor inflación, pauperización de las condiciones laborales y una angustia social que nadie recuerda en el pasado reciente. La inmensa mayoría de las regulaciones implementadas fueron innecesarias, inservibles y hasta ridículas. No solo no consiguieron amortiguar el colapso sanitario, sino que además complicaron el cuadro social general de una manera imperdonable.  Tragedias familiares, problemas financieros, dramas psicológicos, fueron solo algunas de las facetas de esta nefasta era que convivió con la escandalosa actitud de gobiernos discrecionales, que abusaron de su poder, que seleccionaron sus víctimas a destajo y que se guardaron para sí toda clase de privilegios mostrando su costado más canalla. El mundo hoy asiste a una crisis económica completamente evitable. Se abrazaron a la “maquinita” e imprimieron dinero espurio a mansalva. Pusieron a prueba su ideología en el peor momento y ahora esa postura les está pasando factura sin piedad. La intromisión estatal nunca es gratis. Lo que se daña no se recupera y cuando se quiebra la confianza de la gente, los burócratas se quedan sin financistas para sus insólitas aventuras.

A no engañarse, la situación actual no está desconectada de las imbecilidades de los dos últimos años. Este presente es hijo de aquellas sandeces. Si no se entiende la vinculación entre aquello y esto, ante cualquier nuevo suceso se repetirá el proceso y por lo tanto sus secuelas. Es bueno reflexionar al respecto y hacerse cargo. No solo los gobernantes tomaron decisiones inadmisibles, también muchos ciudadanos instigaron a estos mediocres a recorrer ese camino en la dirección equivocada. Un poco de autocrítica cívica no vendría nada mal. El cinismo no es patrimonio exclusivo de los políticos. Después de todo ellos no nacieron de un repollo.

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Por El Siglo Ver noticia original

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