Antropos
Ser estudiante universitario en la sociedad guatemalteca, es un privilegio porque miles no logran tan siquiera, concluir la escolaridad de la escuela primaria. En términos generales el entorno es adverso al estudio porque la juventud tiene que involucrarse tempranamente en tareas laborales para contribuir a la economía familiar.
Cabalmente el poeta guatemalteco Roberto Obregón afirmaba que los talentos se esfuman cortando caña en las costas del país, en las construcciones, abonando su fuerza como ayudantes de albañil o de carpinteros, y hoy diríamos nosotros, en las calles oscuras de la drogadicción o en las bandas de criminales a donde fueron empujados sin que ellos conscientemente quisieran estar ahí.
Ser joven en una sociedad violentada en la que los vacíos morales se difuminan y la familia cada vez pierde fuerza como instancia integradora del afecto y del amor y en la que cada segundo somos víctimas de un bombardeo televisivo que invita a la agresión, es dramático. Por ello, nosotros los universitarios, estamos llamados a cumplir con nuestra responsabilidad ética de educar en ciudadanía.
A la universidad le cabe entre otras cosas, el enorme compromiso de formar conciencias lúcidas, actitudes, conductas, formas de mirar y concebir el mundo y la sociedad, así como contribuir a abrir los ojos para que aprenda la juventud a interrogarse y a interrogar con una mirada crítica y objetiva que les permita cultivar sus ilusiones, sueños y aspiraciones.
A su vez, se deben formar competencias para que la sociedad pueda tener confianza de que cuenta con excelentes profesionales en la medicina, en el derecho, en odontología, ingenierías, ciencias económicas, ciencias agronómicas, ciencias sociales, educación, arte y filosofía. O sea, en múltiples especializaciones. Si nosotros los profesores e investigadores, no somos capaces de formar buenas competencias profesionales, estaríamos traicionando nuestro sagrado deber de educadores. Debemos trabajar para ser los mejores, y responder así, a la inversión que hace la sociedad en la Educación Superior Pública.
Siendo que la juventud es inteligente por naturaleza, los educadores debemos potenciarlas para que se conviertan en buenos ciudadanos y excelentes profesionales e investigadores. Para ello debemos propiciar las condiciones básicas para poderlas desarrollar.
En otras palabras, significa que sin un buen maestro, sin un buen funcionario que facilite los procesos académicos, sin un buen dirigente que oriente y estimule la excelencia en los estudios, nada es posible porque entonces la juventud se enfrentaría al vacío de la mediocridad. Contrariamente, lo que cada uno de todos los que tenemos que ver con los procesos educativos tenemos que hacer, es precisamente crear condiciones y entornos que viabilicen el camino del talento, de la inteligencia y de la creatividad de los que aspiran a ser los mejores profesionales de nuestra sociedad.
Ese es nuestro deber. Esa es la actitud ética a la que debemos responder, porque ha llegado el momento para profundizar y reiterar nuestro esfuerzo por una mejor universidad pública al servicio de las mejores causas de la sociedad guatemalteca.
Lea más del autor A las puertas de un nuevo proceso electoral
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