Editado para la Historia
Mi padre, que era un ferviente admirador de todo lo que tenía que ver con la Unión Soviética, reconocía a media voz que era absolutamente necesario que ese país desarrollara su industria ligera. Los dirigentes soviéticos consideraron que era primordial el desarrollo del país a través del desarrollo de la industria pesada y, cosa que no se puede ocultar, de la industria militar. De ahí a que la mayoría de los productos que facilitan y hacen más agradable la vida a las personas eran desconocidos en la Unión Soviética o estaban en permanente “deficít”, con acento en la segunda I, como se pronuncia en ruso.
Entre los productos que más anhelaban los soviéticos por su escasez estaban los bolígrafos. Los libros de los grandes clásicos de la literatura rusa o incluso universal casi brillaban por su ausencia en las librerías soviéticas, en la medida en que se daba preferencia a la edición de libros de política y de filosofía marxista-leninista. Otro objeto por el que se volvían locos los soviéticos eran las bolsas de plástico, de preferencia si ostentaban la publicidad de algún producto capitalista. Los tintes para cabellos también eran productos que escaseaban tremendamente en los anaqueles de las tiendas soviéticas.
Mejor ni hablamos de los equipos electrodomésticos. ¿Para qué tener un refrigerador en casa si, de todas formas, poner los productos fuera de la ventana los mantenía también a la temperatura del refrigerador? o ¿para qué comprarse una lavadora, si no hay nada más agradable que lavar en un lavadero con un jabón para lavar que, por demás, costaban muy poco dinero? Las listas de espera para comprarse un automóvil de producción soviética era de unos 4-5 años. Pero entre los productos que fueron literalmente desconocidos hasta el año 1969 encontramos el papel sanitario.
Tampoco debemos pensar que el papel sanitario es algo que nos ha acompañado desde siempre. El papel higiénico fue patentado paralelamente en Inglaterra y los Estados Unidos sólo en 1857 y después de esa fecha hay que reconocer que su uso era muy limitado. Todo aquello que tenía que ver con algo tan personal, como el uso de papel sanitario, era algo vergonzoso de tratar en público. En los Estados Unidos, mil hojas de papel higiénico se vendían por 1 dólar. Hubo que esperar el año 1928 para que una empresa alemana impusiera la moda. Se le puso el nombre de Hakle, por las siglas de la empresa. Así era más elegante pedir cinco paquetes de Hakles en una tienda que 5 rollos de papel sanitario. A inicios de la Segunda Guerra Mundial, el papel que se utilizaba era como pañuelos de los que usan los caballeros y hasta el año 1957 solo se producía papel de color blanco.
No voy a entrar en este escrito en toda la historia de la forma en que la humanidad ha dado solución a la higiene de esta actividad cotidiana. El tema es, y sin temor a repetirme, que la Unión Soviética desdeñó la producción de muchos artículos de bienestar. Fue solo el 3 de noviembre de 1969 que se inauguró la primera fábrica de papel sanitario a las afueras de la entonces Leningrado. Esto de ninguna forma significa que no hubiera para nada papel sanitario en la Unión Soviética. A las afueras de la ciudad de Vilna, en la localidad de Grigisked, existía una fábrica de papel sanitario que, con la ocupación de las repúblicas bálticas y su incorporación a la Unión Soviética, producía papel sanitario para la élite política y extranjeros de visita por el país.
El resto del pueblo tenía que utilizar los periódicos a los que casi todo el mundo estaba suscrito, a varios de ellos, porque, por demás, solo costaban un kopek. Pero los periódicos tenían un gran inconveniente en su uso para este menester. Los periódicos de la época profusamente presentaban las fotografías de los dirigentes del Comité Central del partido y, ay de aquel que utilizara estas fotografías para el asunto que tratamos. Entre las grandes carencias que había en la Unión Soviética, una de ellas era la de la vivienda y varias familias tenían que vivir todas juntas en un solo apartamento. Huelga decir que el baño era de uso común, por lo que las delaciones eran moneda corriente si algún vecino veía que alguno de los otros había utilizado una fotografía del dirigente en turno en el baño comunal.
Cuando comienza la producción de papel después de la inauguración de la fábrica a la que hago referencia al 3 de noviembre de 1969, el público de las 2 capitales, Moscú y Leningrado, no sabía qué hacer con él. No lo conocía y no lo compraba. Hubo que recurrir a los noticieros que ponían al comienzo de las películas en los cines para, a todo color, hacer la publicidad de cómo utilizar el recién llegado producto. Cuando los leningradenses y moscovitas se enteraron del asunto y de los bienestares que el papel higiénico aportaba, ocurrió lo que generalmente ocurre en una economía planificada: desabasto con una terrible escasez, siendo una verdadera quimera para aquellos que no vivieran en las dos grandes ciudades.
En las tiendas de las dos capitales se vendían solo 10 unidades por persona y los afortunados que, después de largas horas de fila, lograban adquirirlos, con orgullo los llevaban enrollados en una soga a modo de collar para que todos los vecinos pudieran saber que ellos habían podido comprar 10 rollos de papel sanitario. En el trayecto de la tienda a la casa las preguntas y las respuestas eran siempre las mismas, como seña y contraseña: -¿Dónde los compró?… – Ya se acabó. El éxito del papel sanitario fue tal que, cuando uno era invitado a casa de unos amigos, era de buen tono llegar no con flores ni con una botella de champaña soviético sino con un rollo de papel sanitario. El rollo de papel se ponía en el baño los días en que llegaba la visita. Así estuvieron las cosas hasta que la producción comenzó a satisfacer las necesidades de la demanda hacia los años 1980. Hoy en día los ciudadanos de la actual Rusia no solo disponen de papel sanitario, sino que también encuentran en los anaqueles de los supermercados bolígrafos, tinte para cabello, refrigeradores y lavadoras. Aunque ya los rusos también comienzan a desdeñar las bolsas de plástico. Bueno, hasta que el carnicero de San Petersburgo decida lo contrario.
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