Desde la ventana de mi alma
Mientras cruzaba los 1980 metros de longitud del puente “LOS CARAS” sobre el océano Pacifico de la Bahía de Caraquez – ECUADOR, era inevitable no sentir una enorme admiración y gratitud por la Creación de Dios, me refiero a Él, como alguien supremamente generoso e inteligente, infinitamente poderoso como para crear este universo y gobernar su evolución de acuerdo con su plan y propósito.
Seguramente la mayoría de personas con una filosofía discorde a mis creencias no estarán de acuerdo, los ateos pueden acusarnos de ser personas demasiado líricas por crear un amigo imaginario en el cielo para consolarnos ante el desamparo y la mortalidad, no solo de los seres humanos. Si no también de las otras especies que forman parte de la vida en este planeta. Sin embargo es lógico entender que el exceso de optimismo y autosuficiencia del hombre, es la raíz del ateísmo, puesto que algunas personas simplemente prefieren no creer en Dios.
El mar bordea la pequeña ciudad de los Caras, su nombre hace alusión a un grupo de indígenas cuyo jefe era Carán, y que posiblemente llegaron de Centroamérica navegando en grandes balsas entre los años 700 y 800 después de Cristo.
Mientras cruzo el puente, contemplo la pequeña ciudad, casas de construcciones antiguas contrastan con la modernidad de los edificios, y como encajes de blanco algodón, las olas bordean la playa, solitaria a esta hora de la mañana. Me emociono al mirar las hermosas aves marinas, los pelícanos gorjeando alegres en su pesca matinal. Mi mirada se extiende mar afuera y se pierde en el horizonte infinito, y me sumerjo en un viaje imaginario por ese océano donde luchan por sobrevivir las especies; y el bosque copado de manglares y otras especies son fieles testigos y a la vez el abrazo esperanzador porque los humanos tomemos conciencia que somos en conjunto, el resultado de la selección natural de una batalla por la supervivencia en la que sólo los genes mejor adaptados continúan en las generaciones subsiguientes.
Y en esta mezcla de admiración y profunda introspección, me inundo de mar, de canto de gaviotas y pelícanos, de bosque y de montañas, silencioso refugio de especies que se escapan de la caza suicida; y de repente tomo conciencia que también soy una especie en peligro, y la tierra y todo lo creado, todas ellas lloran conmigo por ser parte de mí, pues somos eslabones de una misma cadena conectados unos a otros desde el inicio de la creación.
En toda la majestuosa naturaleza podemos escuchar el canto profundo del planeta, una plegaria, un S.O.S. de cada vida en extinción, necesitamos cuidarnos y ser parte del cambio, la tierra es paciente, y su canto de rebeldía, también es grito y dolor ante la muerte y la destrucción, el daño que hemos hecho a la naturaleza es indescriptible. Los mares y los ríos están llenos de contaminación, y los árboles caen talados sin compasión, tormentas, inundaciones, ya no tienen control.
Tanta sangre derramada del hombre por el hombre, gritos aprisionados de especies en rejas de metal, y así es como vamos todos exiliados a un lugar vacío donde el rugir del trueno será un gemido, y el presagio del último suspiro de nuestro planeta extinguido. La autora es docente, Poetisa y columnista internacional.
Related
Por El Siglo Ver noticia original