Teorema
Desde una perspectiva ética y moral, la invasión de Rusia a Ucrania es abominable. Tal acto atenta contra el desarrollo de la libertad en pleno siglo XXI. El respeto a la autodeterminación de los pueblos, arraigado en el pensamiento de la población occidental ha sido violentado. Así, tal embate constituye un atentado contra la democracia y sus instituciones internacionales.
Desde el punto de vista jurídico, sin embargo, parece haber recovecos que permiten alguna controversia. El sistema legal que impera en Occidente es diferente del desarrollado en Rusia y otros países del Este. No es válido afirmar la primacía de uno sobre otro. Solo se puede decir que son tan distintas como la ley que impera en Abu Dhabi y la que domina en Francia.
También, desde un enfoque histórico hay espacio para controversia. En 1241 los mongoles destruyeron Kiev y rompieron la unidad de Ucrania. Sus provincias fueron gobernadas por diferentes potencias, quedando finalmente bajo el poderío de la Rusia Zarista. En 1917, tras la revolución bolchevique, Ucrania se declaró independiente. Mantuvo esa condición cuatro años, hasta 1921, cuando fue obligada a quedar bajo el control ruso. En 1991, un golpe de Estado contra el presidente Gorbachov (que fracasó), dio lugar al colapso de la URSS. Ucrania se declaró independiente junto a otras repúblicas soviéticas. En 2014 Rusia ocupó Crimea y dio inicio la guerra en Donbass.
Así, en casi 800 años, Ucrania sólo ha tenido una independencia relativa durante menos de 35 años. La mayor parte de ese tiempo ha permanecido bajo el dominio ruso.
Si Guatemala hubiera tenido un poderío militar adecuado, quizá habría invadido Belice (región que jamás ocupó). En 1972 el gobierno trazó planes para recuperar ese territorio. Me pregunto si de haber sucedido tal acto ¿lo habríamos condenado o habríamos pensado estar en nuestro derecho?
Argentina invadió las Islas Malvinas en 1982 alegando un legítimo derecho histórico sobre ese territorio. Con la aquiescencia de Estados Unidos (contraviniendo acuerdos signados entre países americanos) el gobierno de Thatcher actuó de inmediato y expulsó a los argentinos. En América Latina, al menos, nadie condenó a Argentina.
Desde el punto de vista social, la invasión rusa a Ucrania permitió la intrusión de EU en un conflicto ajeno a ellos. Me parece (no lo puedo demostrar) que las técnicas para sugestionar masas humanas usadas durante la pandemia fueron empleadas para convencer a la población de que se trataba de salvar a la democracia. Hay que recordar que con tales técnicas se consiguió que miles de millones de personas, en todo el planeta, respiraran a través de una mascarilla, abandonaran sus puestos de trabajo, se encerraran y permitieran ser inoculados con productos cuyos creadores no se responsabilizan por su eficacia ni eventuales efectos colaterales.
El posible empleo reciente de tales técnicas favoreció que la inmensa mayoría de habitantes occidentales y muchos en otros continentes condenaran la invasión a Ucrania y aplaudieran las sanciones que Estados Unidos impuso a Rusia. Los efectos de esas penalidades han repercutido sobre la economía de todos los países.
Se redujo el bienestar en los más prósperos, se creó pobreza entre los que buscaban desarrollarse y los más pobres enfrentan la amenaza de hambrunas. Parte del daño punitivo se concentró en el agresor de Ucrania, pero la otra parte, la mayor, se dispersó sobre todos los demás países. Ucrania devaluó su moneda 25%. Un comentarista afirmó: Occidente ha disparado sobre su propio pie.
En cuanto a la geopolítica, hace años presenciamos el derrumbe de la hegemonía de Estados Unidos y veíamos surgir nuevas potencias que amenazaban su poderío: Rusia, China e India parecían destinados a formar parte de un nuevo ordenamiento. Hoy, la visión es otra. China e India muestran prudencia, esperando que los sucesos se desarrollen sin su intervención. Rusia se debilita en lo económico y en lo militar. Además, pierde parte de la simpatía que había logrado alcanzar en Occidente.
El último punto para analizar es el poderío bélico de los países: El empleo de la fuerza o su capacidad para amenazar con utilizarla. No hace falta ser un estratega militar para advertir que no se trata de una guerra entre Ucrania y Rusia. La guerra es entre Estados Unidos, que busca recuperar su hegemonía, y Rusia.
El territorio de Ucrania ha sido utilizado para dirimir ese conflicto. Se ha destruido gran parte de su infraestructura. Edificios, viviendas, calles, puentes, granjas, parques, aeropuertos, puertos… todo se ha convertido en ripio y cenizas. Se estima que en Ucrania han muerto 5,024 personas y que 11,544 resultaron heridas, incluyendo 357 niños. Posiblemente el número de víctimas mortales por el lado de Rusia sea semejante pero esa cifra no se conoce.
Unos y otros, constituían valiosa existencia humana perdida en pro de ideales que siempre debieron estar por debajo de la valoración de la propia vida. La muerte de hombres, mujeres, niños y ancianos dejó dolor en sus parientes; creó viudas y huérfanos.
Irresponsables, los dirigentes de algunos países dijeron: Hay que enviar más armas a Ucrania para apoyarlos en la guerra contra Rusia. Pero más armas significa más muertos. Hemos visto titulares de prensa donde se asegura que Ucrania está a punto de ganar la guerra, pero no ha sucedido así, solo dan “upas” a su ejército. Lo que hemos visto es lo contrario, Rusia se ha ido apoderando de nuevos territorios en el sur y en otras regiones.
Desde su creación en 1949, Europa cedió a Estados Unidos el control de la OTAN. Las decisiones del mundo europeo sobre su política con el mundo soviético se toman a siete mil km de distancia, en Washington. Renunciar a ser protagonista de su propio futuro necesariamente conlleva grave peligro.
Me pregunto quién toma tales decisiones en Estados Unidos. Debería hacerlo el presidente Biden ya que es a quien constitucionalmente corresponde. Pero basta observarlo un par de minutos para saber que ese es un pensamiento ingenuo. Uno busca a la señora Harris y solo la encuentra en inauguraciones intrascendentes ¿Entonces quién? No lo sé. Supongo, pero se trata de una mera suposición, sin ninguna información privilegiada, que las decisiones sobre las acciones en Ucrania las toma alguien con una oficina en el Pentágono. Debe estar rodeado por militares y civiles que ostentan las mejores calificaciones en ese país.
A ellos no les preocupa ni Ucrania ni los ucranianos. Están inmersos en ganar una guerra sin poner en riesgo a sus soldados. Si fuera una partida de ajedrez se podría afirmar que la van ganando. Rusia se debilita y Estados Unidos recupera, al menos en parte, su hegemonía. La factura, los muertos, la destrucción, el dolor intenso, lo ponen los ucranianos.
Occidente, el “mundo libre”, aplaude para dar ánimo a los ucranianos. Es como antes del año 523 cuando los espectadores del circo romano aclamaban a los gladiadores. Aquellos combatientes desoían tales vítores. Vivir, aún como esclavos, era más sensato y preferible.
Uno de los dirigentes más ineptos, desde un país lejano, tras un escritorio cómodo, osó decir: Ucrania debe luchar hasta el último ucraniano vivo. Con esa frase enviaba una condena a muerte a toda esa población. Además, debió ignorar que durante casi toda su historia Ucrania vivió bajo el dominio ruso y sólo tuvo asomos de libertad y autodeterminación como república libre e independiente muy poco tiempo.
Se me ocurre pensar que muchos hombres, mujeres, niños y ancianos en Ucrania optarían por entonar el himno ruso en vez de morir como está sucediendo. No puedo creer que las madres ucranianas emulen a las antiguas madres espartanas.
Mientras tanto, la OTAN dirigida desde Washington se apresta a entrar en combate contra Rusia. Por su parte, un Putin que se ve sereno, afirma que responderá contra los países europeos y que de ser necesario utilizará armas de alto poder destructivo insinuando que podría emplear armamento nuclear.
Si esto llega a suceder estaremos frente a lo que habrá de llamarse la tercera guerra mundial (WW III).
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